Imagino que todos tenemos un lugar en el Mundo que nos atrae irremediablemente, sin saber bien el porqué.
O, en algunos casos, con la fortuna de, quizás, conocer la razón de esa atracción.
Yo me siento atraída por todos los lugares que no conozco y por la mayoría de los que ya he conocido.
Generalmente me gustan todos los sitios o países que visito, sus gentes, sus comidas, sus museos, sus tiendas y sus paisajes. Siempre regreso a casa con la sensación de haberme querido quedar y con la promesa de hacer todo lo posible por volver. Si que tengo predilección por alguna ciudad o país en concreto pero jamás he estado en algún lugar al que no volvería.
Creo, que nunca se llega a conocer del todo un lugar, ni siquiera ése en el que se vive.
Tengo tantos lugares soñados pendientes de conocer que no sé si la vida me alcanzará a lograrlo.
Pero si hay una ciudad delirio para mí, si hay un lugar con el que sueño desde niña con pisar es New York.
Walt Whitman escribió que la mejor medicina para el alma era cruzar a pie el puente de Brooklyn.
Y todos sabemos que Whitman no regalaba nada.
Cuando yo leía a Whitman era esa época en la que el alma está un tanto turbia y el corazón desbocado, así que imaginar una medicina para el alma y además llena de mástiles, se me antojaba de lo más romántica y novelesca.
Después, he ido buscando yo a New York, cada historia que leía, cada imagen que veía , cada película, cada libro hacían que me enamorara más de una ciudad que no sabía si algún día iba a conocer. Me atrae todo lo relacionado con ella, sobre todo si es en forma de historias urbanas y mundanas.
A veces, era ella la que me encontraba a mí disfrazada de poema, novela, musical o [incluso] serie televisiva. He llegado a conocer cada calle de Brooklyn de la pluma de Auster y los garitos, restaurantes y tiendas fashion de Manhattan de la estela que dejaban a su paso los tacones de Carrie Bradshaw.
A los veinte avisé que los treinta los celebraría en New York. Había que poner una fecha. Pero los treinta llegaron y pasaron sin pena ni gloria. Bueno, con la pena correspondiente, eso sí, pero sin billete de avión a la city. Se celebraron en el Botxo y poco, por la correspondiente crisis de los treinta, que ya ni recuerdo….
Supongo que la tengo idealizada, mitificada y totalmente vanagloriada. Pero también sé que el día que ponga un pie sobre una de sus aceras me sentiré un poco como en casa. Porque son tantos años de soñarla que ya es un poquito parte de mí. Somos también una parte de lo que deseamos.
Ahora, es lógico que no pueda evitar los nervios y cierto temblor en las manos. Ese sudor frío en la nuca que provoca la proximidad del cumplimiento de un viejo sueño. De un viejo destino [o predestino].
Nos vamos a New York este sábado a pasar la Semana Santa. Nuestras últimas vacaciones solos. Pues aunque ella también viene, afortunadamente no paga viaje….
Así que respiro hondo y profundo para decir que por fin…….lo he conseguido!
O, en algunos casos, con la fortuna de, quizás, conocer la razón de esa atracción.
Yo me siento atraída por todos los lugares que no conozco y por la mayoría de los que ya he conocido.
Generalmente me gustan todos los sitios o países que visito, sus gentes, sus comidas, sus museos, sus tiendas y sus paisajes. Siempre regreso a casa con la sensación de haberme querido quedar y con la promesa de hacer todo lo posible por volver. Si que tengo predilección por alguna ciudad o país en concreto pero jamás he estado en algún lugar al que no volvería.
Creo, que nunca se llega a conocer del todo un lugar, ni siquiera ése en el que se vive.
Tengo tantos lugares soñados pendientes de conocer que no sé si la vida me alcanzará a lograrlo.
Pero si hay una ciudad delirio para mí, si hay un lugar con el que sueño desde niña con pisar es New York.
Walt Whitman escribió que la mejor medicina para el alma era cruzar a pie el puente de Brooklyn.
Y todos sabemos que Whitman no regalaba nada.
Cuando yo leía a Whitman era esa época en la que el alma está un tanto turbia y el corazón desbocado, así que imaginar una medicina para el alma y además llena de mástiles, se me antojaba de lo más romántica y novelesca.
Después, he ido buscando yo a New York, cada historia que leía, cada imagen que veía , cada película, cada libro hacían que me enamorara más de una ciudad que no sabía si algún día iba a conocer. Me atrae todo lo relacionado con ella, sobre todo si es en forma de historias urbanas y mundanas.
A veces, era ella la que me encontraba a mí disfrazada de poema, novela, musical o [incluso] serie televisiva. He llegado a conocer cada calle de Brooklyn de la pluma de Auster y los garitos, restaurantes y tiendas fashion de Manhattan de la estela que dejaban a su paso los tacones de Carrie Bradshaw.
A los veinte avisé que los treinta los celebraría en New York. Había que poner una fecha. Pero los treinta llegaron y pasaron sin pena ni gloria. Bueno, con la pena correspondiente, eso sí, pero sin billete de avión a la city. Se celebraron en el Botxo y poco, por la correspondiente crisis de los treinta, que ya ni recuerdo….
Supongo que la tengo idealizada, mitificada y totalmente vanagloriada. Pero también sé que el día que ponga un pie sobre una de sus aceras me sentiré un poco como en casa. Porque son tantos años de soñarla que ya es un poquito parte de mí. Somos también una parte de lo que deseamos.
Ahora, es lógico que no pueda evitar los nervios y cierto temblor en las manos. Ese sudor frío en la nuca que provoca la proximidad del cumplimiento de un viejo sueño. De un viejo destino [o predestino].
Nos vamos a New York este sábado a pasar la Semana Santa. Nuestras últimas vacaciones solos. Pues aunque ella también viene, afortunadamente no paga viaje….
Así que respiro hondo y profundo para decir que por fin…….lo he conseguido!