jueves, noviembre 26, 2009

Una de lluvia y pintxo...



Desde que vivimos aquí, en este lugar donde la ría dobla la esquina, busco cualquier disculpa para acercarme al Botxo.
Ahora, con el deber de vigilar la casa de mi amiga, se me ha presentado en bandeja la visita cada dos días a mi querido Casco Viejo, a ese lugar del que tanto me costó salir y con el que sueño, casi cada noche, con volver.
Ayer a la tarde nos sorprendió la lluvia, a J. y a mí, saliendo del ático de la calle del Víctor y después de acercarnos a saludar en la perfumería de enfrente se me ocurrió ir al Berton. J., ese ángel, de alas color rosa, que me persigue (o a la que yo persigo) desde hace dieciséis meses ya había merendado, pero la tarde era perfecta para uno de esos zuritos rematados con cerveza negra tan personales del Berton. No para J., que aún no bebe, sino para mí.
La última vez que estuve, hace dos semanas, era domingo, así que ayer me sorprendió ver el local casi vacío, excepto por dos parejas. De los camareros habituales no había ninguno. No estaba el moreno alto tan simpático, ni el moreno alto menos simpático pero más servicial. Ni el moreno delgadito. No había ningún moreno, en definitiva. Una camarera con cara de cansada se acercó para preguntarme qué quería con un airado gesto de cabeza, pero sin mediar palabra. Ni un buenas tardes siquiera. Eso sí, era morena. Pedí un zurito y un pintxo. Se oyó desde mi extremo de la barra el grito de un pintxo de foie!. Así que la camarera no era muda. Desde la cocina asomó una cabeza con gorro blanco. El cocinero. Asiático. Nunca he sabido diferenciar a los autóctonos de esa parte de Asia. Llegó el pintxo y le pasé a J. un trocito de pan. Ella está, en estos momentos, en esa fase en la que el pan es lo mejor del mundo, aunque ya apunta maneras de sibarita. El foie era la mitad de tamaño que hace unos meses y la manzana estaba como hecha a desgana, con prisa. Un toquecito de mermelada de frambuesa, apenas perceptible.

Qué ha pasado con el Berton? Por qué todo lo que es bueno acaba convirtiéndose en mediocre?
Pasamos por la tahona de Jardines a comprar un pan de pasas y nueces, que a pesar de los años, siguen haciendo igual. A veces me asusta que me cambien las cosas, las que yo considero mis cosas.
Creo que me estoy haciendo mayor.....

martes, noviembre 24, 2009

Una despedida temporal...


"Quizá estar vivo sea esto: perseguir instantes que mueren"
(Muriel Barbery)

Sentí el tintineo de las llaves al caer a mi bolsillo mientras nos besábamos. Aspiré con fuerza su perfume, ese aroma tan de ella durante estos últimos años y empecé a notar ya esa sensación de pérdida, de abandono. Ese vacío en el estómago y el vértigo de notar ya su ausencia. Siempre hay cuatro grados menos de temperatura al otro lado del control de pasaportes de un aeropuerto. Siempre hace más frío para el que despide que para el despedido.
Me quedé allí, esperando, en ese espacio gris en el que sólo hay prisas o alegría para el que se va y tristeza para el que se queda. Metí la mano en el bolsillo y toqué las llaves, las llaves de su casa, en la calle del Víctor. Ese ático reformado con tanta ilusión hace apenas dos años, con el propósito de ser un nido en el que cobijar una familia y un futuro.
No estarás huyendo? le había preguntado de camino al aeropuerto. Me asusta pensar que ha tomado el camino fácil, poner tierra de por medio, alejarse del problema y cerrar los ojos.
Me giré para marcharme ya, no la veía desde hace un rato y supuse que estaría esperando en la puerta de embarque. Sonó mi nombre amplificado por el eco y me giré: No estoy huyendo, sólo busco tiempo. Recuerdo esas palabras ahora, tres días después, y ahora sí las entiendo. Pasaré por la casa de la calle del Víctor a regar sus plantas y a recoger el correo, mientras ella persigue instantes, esperando encontrar tiempo.
Ojalá lo encuentre pronto...