lunes, febrero 01, 2010

Un círculo...


"Mirar el río hecho de tiempo y agua
y recordar que el tiempo es otro río,
saber que nos perdemos como el río
y que los rostros pasan como el agua."
(Borges)
Cuando Olivier comenzó a ir al gimnasio en el mes de septiembre no confié en que fuera constante, pero sigue yendo un par de días por semana, los que no voy yo, y está muy contento con el grupo. Ese par de días suelo aprovechar, una vez acostada J., a ver alguna vieja película o a holgazanear un rato.

En el bar La Mutua de Mazarredo, los miércoles noche se reunía un variopinto grupo de personajes, pocos pero selectos. El hermano de un conocido director de cine y un par de guionistas; un emergente pintor, Patxi Del Río, la mujer de éste, y un par de amigos de ambos; los que colgábamos los floretes sobre las diez de la noche en aquél desvencijado edificio de escaleras de madera y grandes vidrieras de Uribitarte, dónde teníamos la sala de armas; más los clientes ocasionales que aterrizaban por allí.
Ésos iban variando y nunca eran los mismos. Los anteriores, éramos habituales. El camarero, un pintor fotógrafo que solía exponer en galerías privadas y en el molino de Aixerrota, era el hilo conductor de los grupos y solía ir de uno a otro dando conversación e interesándose por todos.
Las cervezas las servía en jarra helada y ponía unos cacahuetes tamaño maxi que no recuerdo haberlos probado más buenos que en aquél lugar. Los viernes también solíamos ir a La Mutua, pero el ambiente era diferente. La clientela crecía considerablemente y sobre todo estaba lleno de grupos que, tras la cena, acudían a probar uno de sus famosos cafés con licor que tanta fama le dieron en su día.
Los miércoles eran noches íntimas, bohemias, llenas de humo y algún que otro secreto, con reuniones dónde se trataban temas importantes e incluso vitales. Patxi Del Río, empezó a exponer allí sus cuadros. Su nombre ya era medianamente conocido en el Botxo. Había sido profesor de Bellas Artes pero ahora se dedicaba exclusivamente a la pintura. Malena, su mujer, tan bella como frágil, enseguida se interesó por nosotros.
Desde el ventanal de La Mutua se veía la Sala de Armas de la calle de abajo, y casi desde el primer día se acercó y comenzó a charlar. Su fragilidad se la daba una extraña enfermedad que la recluía unas cuatro veces al año en un hospital, y era por ello que no trabajaba. Había sido alumna de Patxi Del Río pero ella ahora tampoco pintaba, vivía exclusivamente para su enfermedad y su marido.
Un miércoles, guiados por el camarero, nos convertimos en un solo grupo. Nos fusionamos muy bien y los temas iban pasando de uno a otro. Queríamos saber todo de todos. La relación se fue estrechando. Malena comenzó a acercarse a la Sala de Armas, al principio tímidamente pero enseguida se envenenó con el florete y empezó a recibir clases. Comenzamos a hacer actividades juntos: exposiciones, un día de rodaje, cursos de guionistas de cine en la nueva plataforma de la Plaza de Venezuela, campeonatos en polideportivos de mala muerte y alubiadas con Agustín y Mariluz después de pasear por su bosque. Cenas en el ático de Gran Vía con Patxi y Malena y sábados en Ibarrangelua, en casa del maestro.
Patxi Del Río comenzó su ascenso vertiginoso en la pintura al mismo tiempo que el alcohol se iba abriendo paso por sus venas. Empezamos a ver que tenía un problema con la bebida el mismo día que en el bar La Mutua se vendió uno de sus cuadros a una pareja de franceses que habían venido expresamente a ello y que pagaron en efectivo una cantidad desorbitante, mientras era el camarero el que cerraba el trato y Patxi apenas se tenía en pie. Aquella pareja nunca supo que el borracho que se sujetaba a la barra para no caerse era el genio que había pintado ese cuadro.
Después de eso todo comenzó a suceder muy deprisa. Patxi seguía vendiendo cuadros, nosotros competíamos a nivel nacional e internacional y ya se hablaba de la cantera del Botxo, uno de los guionistas consiguió un trabajo en Madrid y el hermanísimo empezó a salir con una chica que le quitaba todo el tiempo. Malena se marchó del lado de Patxi, se enamoró de un jovencito 15 años más joven que ella y tuvieron un niño. El edificio desvencijado de Uribarte pasó a la historia para dejar paso a unos pisos de lujo y nos exiliamos a Artxanda, acogidos en una sala de armas que no era la nuestra.
Nos perdimos.
Olivier volvió a casa el miércoles con noticias. Una compañera de gimnasio, una chica enfermera, le había invitado a comer el domingo en el caserío. A los compañeros de grupo más sus familias. Alubias. Su marido es pintor y les gusta recibir en casa.
Es domingo. Llueve. Olivier, J. y yo nos acercamos al caserío dónde estamos invitados a comer. Nos cuesta encontrarlo a pesar de que vivimos en la zona. Aparcamos fuera, el paisaje es precioso. Se divisa el pueblo desde aquí arriba. El verde de los montes con este día de lluvia es tan verde que duele. Se oyen risas en el interior del caserío y bullicio de gente. Olivier toca el timbre, casi de inmediato aparece en el umbral un sonriente Patxi Del Río.