miércoles, diciembre 12, 2007

Bermeo...


Bermeo es algo más que bonito y un poco más también que el bonito que se exporta. Me gusta llegar a él atravesando las marismas del Urdaibai, pasando por Pedernales y Mundaka. Hay más caminos, pero son menos marítimos, más boscosos. Menos románticos. Aunque igual de verdes.

Bermeo es el pueblo de dónde salían los barcos balleneros que, un día, estudiamos en el colegio.

Es el pueblo en el que pescan ese bonito con el que hacemos el marmitako y el culpable de ese dicho de "no grites tanto, txo, que pareces de Bermeo".
Abajo, antes de llegar al puerto, su kiosko de música parece sacado de una película de los años veinte y el Casino evoca épocas de gangsters y mafiosos, aunque tenga menú del día.
Despúes, el puerto. El muelle. Los barcos. Las redes. El olor a sal, a mar, a sirenas.
Arriba, la Atalaya. Las vistas al infinito mar y a la isla de Izaro. El parque. El olor a mar y a sal.
Y alguna que otra sirena sentada en un banco. El manicomio también se encuentra allí. [Paradoja]. Más allá, el cementerio.
Las calles que llevan del puerto a la atalaya son de piedra y empinadas, y en todas ellas, bulliciosas, destacan los balcones de hierro en las casas pintadas, y sus alegres macetas. Las risas. Bermeo es un pueblo feliz lleno de gente que grita, ríe y sonríe. Es un pueblo duro, frente al Cantábrico. Y eso se nota, o quizás marca. Pero algo tienen sus hijos que son fuertes y testarudos, además de alegres.
Bermeo estará aullando de dolor estos días por tu ausencia, Zuriñe. Estará sordo sin el sonido de tu risa. Apagado sin el brillo de esos ojos tan grandes y sinceros. Falta tu alma en esas calles, tus gritos en los bares, y tu culo en ese banco de la Atalaya donde tantas veces, sin hablar, nos contamos tantas cosas.
Agur, Zuriñe!
"Porque si no mueren las almas, está muy bien que en sus despedidas no haya énfasis". (Borges)