martes, julio 28, 2009

A sus pies, a sus órdenes, Boss...


Estaba previsto que comenzara a las 21:30 pero ya casi se demoraba en media hora y Bruce estaba fuera del escenario sacando fotos al público, a ese público ilusionado y expectante que llenaba por completo el aforo de la Catedral. Treinta y seis mil personas. Un ambiente tranquilo, alegre. Sabíamos que iba a merecer la pena y que él siempre comienza tarde sus conciertos. Le gusta caldear el ambiente.

Diez de la noche, se apagan las luces. Aparece de repente y sin previo aviso Nils Lofgren con su acordeón tocando “Desde Santurce a Bilbao”, ya nos habían ganado. Ya estábamos completamente entregados y sale Bruce al escenario junto con el resto de la E Street Band. Todos vistiendo de negro. "Kaixo Bilbao, hemen nago eta pozik" (Hola Bilbao, aquí estamos y estoy feliz). Aplausos, carne de gallina, emoción. Se me llenaron los ojos de lágrimas, me emocionó mucho el verle, tenerle delante, su fuerza, esa vitalidad que sale arrolladora y te empuja removiendo el estómago y las mismas tripas. The ties that bind fue su primera canción, y nos unimos con esos lazos a él. Éramos dos, el público y él con su maravillosa banda.
Fueron tres horas de rock, de canciones cantadas con una fuerza que por momentos pensaba que el arco de San Mamés iba a caer encima nuestro. Dos pantallas gigantes a los lados del escenario permitían ver al Boss de cerca, las gotas de sudor que corrían por su frente, las arrugas de esos espléndidos 59 tacos y esa figura que mantiene igual que a los 20, aunque con la cintura más ancha. Una pantalla detrás del escenario con imágenes de su nuevo disco, del concierto, de su banda, de nosotros, de él. Nos emborrachamos de esa voz con aroma de bourbon, adrenalina corriendo por las venas, el corazón latiendo fuerte, con prisa. Borrachos de Born to Run, coreando a pleno pulmón, casi gritando, creo que los 36 mil a la vez, y creo que hasta acompasados. Carteles con títulos de canciones bailando con ritmo, pulseras rosas en las muñecas que confirmaban que había derecho de estar ahí, al lado del Boss, que merece la pena hacer las colas que haga falta pues las esperas son merecidas, el calor sofocante y cualquier otra penuria con tal de estar a su lado y de tocarle. Fueron tres horas, siempre da más de lo que recibe. Es tremendamente generoso. Cada euro que pagas por una entrada, él te lo devuelve con creces. El domingo en la Catedral fue mágico, alguien lo describió como apoteósico. Puede ser, pero ese tío mueve mareas con su voz y su fuerza y hace que 36 mil personas, la mayoría de Bilbao y muchos del mismo centro de Bilbao, coreen Santa Claus is coming to town en pleno mes de julio y en un día en que las máximas rozaron los cuarenta grados. Y, además, nos dejemos invadir por el espíritu navideño. Además. La despedida fue dolorosa porque una vez que entras en esa vorágine de fuerza arrolladora quieres más, a pesar de estar exhausto, a pesar de oirle a Bruce decir “No más, no más”.

Pasada ya la una de la madrugada desalojamos la Catedral. Salí todavía emocionada y feliz de asistir a esa noche tan mágica, con un nudo en el estómago, en la cabeza retumbando los acordes irlandeses de The promised land y hasta con las bragas flojas. Aún hoy suena en mi cabeza, como ayer al despertarme, su música, su fuego. Entiendo como nunca porque le llaman The Boss, y puedo decir ahora, casi dos días después de estar allí, que nunca lo olvidaré. Dentro de unos años me volveré a emocionar al recordar que yo estuve allí….