jueves, junio 28, 2012

Los retos, la vida...


Vive como si fueras a morir
mañana, trabaja como si no
necesitaras el dinero, baila como si nadie estuviera mirando"
Bob Fosse

Hace dos sábados debutó como bailarina J. en un gran teatro, con la escuela de ballet a la que asiste desde hace un año. Se agotaron las entradas apenas dos días después de puestas a la venta.
El teatro a rebosar, sobre todo de padres nerviosos y orgullosos.
A partes iguales.
Se abre el telón. Silencio. En la apertura, doscientas bailarinas de todas las edades perfectamente alineadas, en preciosa formación. Filas casi eternas de tules blancos y medias rosas.
J., una de las dos niñas de más corta edad, en el extremo izquierdo de la primera fila. Su amiga, en la antípoda, extremo derecho de la primera fila.
Suena la maravillosa Cantata 147 de Bach.
Las niñas empiezan a mover los brazos al ritmo que marca la profesora, escondida entre bambalinas.
J. no se mueve. Los nervios la tienen atenazada. Solo acierta a agarrarse del tutú, estrujándolo con sus manitas. Nos mira fijamente, sin apartar la vista. Ni una lágrima. 
Tan sólo esa determinación dibujada en su mirada, que los que la conocemos sabemos, que significa: "no pienso bailar delante de toda esta peña ni de coña"
En ese momento, me invade una emoción muy fuerte que me deja sin respiración durante unos segundos. Sensación de pecho oprimido, de ahogo. Un orgullo inmenso de ver a mi niña haciendo nada, mientras las demás mueven manos y piernas de manera acompasada.
Está aguantando estoicamente, sin moverse, subida a un escenario ante más de mil personas adultas. 
Es ahí, en ese preciso instante, cuando me muero de ganas de abrazarla, de correr a su lado y decirle lo orgullosos que estamos de ella. Lo importante que es para nosotros: baile o no baile. Se mueva o no.

Eres grande, June. Muy grande!




lunes, junio 18, 2012

Algo así como libertad...



"Para la libertad me desprendo a balazos
de los que han revolcado su estatua por el lodo.
Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,
de mi casa, de todo."

Miguel Hernández 

Cuando Coro fue seleccionada para el puesto de secretaria en aquél bufete de abogados de Bilbao sus padres se echaron las manos a la cabeza. La niña salía por primera vez del caserío familiar, en Ispaster, y había llevado todo el proceso de selección en secreto, mintiendo sobre sus viajes al Botxo.
A ellos les hubiera gustado que la niña siguiera como hasta ahora, a su lado, ayudando en el negocio familiar, esa vieja carnicería de Gernika, famosa por sus morcillas de verdura que provocan colas los lunes a la tarde.

Pero la niña soltó la noticia en casa con todos los cabos atados. Con el horario del bufete no le quedaba más remedio que quedarse a vivir en Bilbao, así que en el bufete le habían ayudado a buscar alojamiento. Iba a compartir un piso con otras dos chicas, en la calle Ronda. La niña se mostró impasible ante el amago de infarto de su madre. No era la primera vez que su madre recurría a sus dotes de interpretación ante los pobres y fracasados intentos de rebelarse de la niña. Pero Coro, esa niña tan dócil durante 30 años, había tomado ya la decisión de intentar vivir su propia vida y dejar de sentirse oprimida y asfixiada por unos padres tan absorbentes. Coro prometió que pasaría los fines de semana en casa, en el caserío, y los sábados a la mañana ayudaría en la carnicería. Los domingos pasearía junto al aita y el perro por la playa de los piratas, como cada domingo de su vida.

Así fue como comenzó la vida de Coro a los 30 años. Nunca había tenido amigas ni novio. No había ido de vacaciones y no había pasado una sola noche fuera de la casa familiar.
La vida en el piso de la calle Ronda resultó fácil, una de las chicas, Maider, era de Lekeitio y la otra, Covadonga, de Oviedo. Los viernes Maider y ella compartían coche, un viernes cada una, y el domingo quedaban para volver juntas. Covadonga se quedaba sola los fines de semana y solía salir con gente del hospital donde trabajaba como enfermera.

Lo más difícil que había hecho Marco en su vida, había sido licenciarse en Derecho por Deusto. Al terminar la carrera, empezó a trabajar como socio en el bufete que la madre le había montado a su hermana, en una calle muy próxima a los Juzgados. Marco era un tío guapo y tenía esa prepotencia que sólo la da el haber nacido sin preocupaciones y con todo el camino hecho.

La selección de la secretaria para el bufete la había llevado él personalmente y nada más verla se decidió de inmediato por Coro.
Era guapa, servicial y bajaba los ojos al verle. No sabía si por timidez o por respeto. Pero a él, con esa chulería que le caracterizaba, le gustaba que una mujer bajara la mirada en su presencia.
A su hermana también le gustaba Coro por su dulzura, belleza y presencia.
Eso quedaba bien en el bufete.

Las semanas fueron pasando siempre iguales, Coro empezó a desear que no llegara el viernes y que la semana tuviera siete días laborables para seguir trabajando en el bufete. Los jueves a la tarde quedaban las tres chicas en la Plaza Nueva y tomaban unos zuritos antes de ir a casa.

A veces cenaban fuera, en el Xukela de la Calle del Perro.
Coro les hablaba de Marco, de lo guapo que era y de los clientes del bufete.
Covadonga hablaba del hospital y de ese cirujano que le sonreía cada día. Maider era concejal del Ayuntamiento y su trabajo era mucho más aburrido, solía estar deseando que llegara el viernes para marcharse a Lekeitio y ver a su novio.

Un viernes de marzo, Coro no llegó a pasar el fin de semana a casa. No apareció tampoco por el piso de la calle Ronda y no amaneció al lunes siguiente en el bufete.

Cinco días más tarde de su desaparición, el cádaver de una Coro desfigurada, hinchada y amoratada, era rescatado de la playa de Ereaga, cubierto de algas...