miércoles, mayo 27, 2009

Rompemos relaciones...

"Para qué sirven los versos si no es para esa
noche
en que un
puñal amargo nos averigua, para ese
día,
para ese crepúsculo, para
ese rincón roto

donde el golpeado corazón del hombre se dispone a
morir?"

(Neruda)

Tu sangre, y no la del toro, atrae a multitudes. Tachado de loco suicida por muchos. Encumbrado por la crítica. El verdadero toreo, la grandeza del arte de matar. La valentía, el arrojo. No hay miedo. No hay dolor. El morbo de ver si en una de esas corridas a vida o muerte, es el toro el invencible. Si es la espada la que entra en tu pecho o si el asta mata al toro. Sangre.
Pero no hay nada tan prosaico, tan eterno, tan grande ni tan noble....

«Bilbao no debe de tratar ni con chamarileros, ni con vendedores de feria. Vista Alegre es una plaza de toros seria. Desde que iniciamos las negociaciones en noviembre hasta el pasado fin de semana ha llovido mucho. Es tiempo más que suficiente para cansarse. Todo han sido exigencias y condicionantes por parte del matador: los toros, los toreros que completarían el paseíllo, las fechas, los honorarios, la televisión. En cualquier otro sitio le hubieran mandado a hacer puñetas rápidamente. Para nosotros, su contratación era vital pero, insisto, las diferencias económicas han sido insalvables». (Luis Díaz de Lezana, presidente de la Comisión Taurina de Vista Alegre)

jueves, mayo 21, 2009

Primero la verdad que la paz...


“¡Oh mi Bilbao, mi Bilbao,
mi dulce pasado!, ¿no eres
tú acaso toda la eternidad de mi
porvenir?"
(Unamuno)
Al Rectorado, en la calle Libreros, se llega una vez encontrada la famosa y sospechosa rana en la fachada de la Universidad. Hay un timbre, que sólo se puede tocar cinco minutos antes de cada fracción de media hora. Se abre el enorme portón de madera y una señora, que bien podría ser la tía Tula, explica muy bajito las normas y las instrucciones. El portón se cierra de nuevo y reabre exactamente a y treinta o a en punto. Fuimos afortunados o madrugadores y la visita la hicimos sólo nosotros, con la tía Tula. Me quedaba pendiente ver su casa, la casa dónde vivió y, aunque murió en otra, dónde están sus cosas, sus pertenencias, sus libros, su cama de hierro. Aquella vieja maleta con la que un día salió de Bilbao a Madrid, para estudiar. Su toga de rector, su baraja de cartas. Sus pajaritas de papiroflexia. Su alma.
Tula, que la imagino también soltera, hablaba con devoción, admiración, vocación y emoción de él. Recitaba los nombres de sus nueve hijos, de su amada esposa. Esperaba paciente y callada a que avanzáramos en aquél lugar en el que hubiéramos pasado una semana si nos hubiesen dejado.
Su biblioteca con los libros que leía, en catorce idiomas, y los que le habían dedicado sus amigos. Primeras ediciones. Libros salvados tantas veces que se notaba, aún a través del cristal, el dolor en sus páginas amarillas. Fotografías de Él, de su familia, de Bilbao, del Cántabrico. Cómo no tener morriña en aquél pasillo, sobre esas escaleras o a través de esas ventanas.
Se me llenaban los ojos de lágrimas al oir a Tula. Esa pasión camuflada de profesionalidad la delataba a cada paso por aquella casa. No sé si fue fruto de nuestras confidencias sobre que antes vivíamos junto a la calle Ronda, dónde él nació, y sobre nuestros paseos por El Paseo de los Caños lleno de tilos. O fue fruto del tremendo poder que ejerce sobre los adultos nuestra tercer miembro de la familia, pero Tula nos enseñó la zona no incluída en la visita. La zona cerrada a los visitantes, que es dónde los estudiosos de Unamuno trabajan cada día. Menos personal e íntima que el Rectorado, era en su momento la verdadera casa, la que cobijaba la cocina, las habitaciones de los hijos. Ahora eran oficinas, con fotocopiadoras, libros, carpetas y mesas.
Nos despedimos de Tula, la media hora había pasado. Es amable. Quizás volvamos.
Al salir de la casa, un fogonazo de ese color ocre que tiene la piedra en Salamanca. Esa piedra que recuerda a Florencia o Siena, que hace parpadear y que, irremediablemente, hace añorar el mar...