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martes, abril 30, 2013

Blancas o negras?...

Son las diez y media de la mañana de un miércoles cualquiera.
Planta tercera del museo Guggenheim de Bilbao.
Hay una figura vestida de negro, en una de las salas, y completamente inmóvil frente a un cuadro de Cy Twombly.
El resto de la sala se encuentra vacía, a excepción del vigilante, sentado en su silla en la puerta de entrada.
Unos pasos resuenan en el pulimentado pasillo y se acercan hasta la puerta.
Otra figura entra, vacilante, y se sitúa junto a la primera.
Esta última viste de blanco.
El vigilante, intrigado, cierra el libro que estaba leyendo y observa.
Las dos figuras permanecen inmóviles durante largo tiempo, sin mirarse.
Parecen absorbidas por la fuerza de cuadro: un gran lienzo blanco salpicado de tonos rosas y rojos.
El vigilante vuelve a su libro.
La primera figura, la negra, mete su mano izquierda en el bolsillo de su cazadora negra y extrae un pequeño sobre sepia. Sus movimientos son lentos, metódicos, estudiados. Extiende su mano con el sobre hacia la figura blanca que, rápidamente, de un solo movimiento coge el sobre y lo introduce en su cazadora blanca.
El vigilante, absorto en su libro, no ha reparado en nada.
La figura negra sale despacio de la sala.
Al llegar a la puerta de salida de la sala gira la cabeza, mirando fijamente al vigilante con unos grandes ojos verdes que destacan con fuerza en su indumentaria negra. Guiña un ojo y sonríe casi imperceptiblemente.
El libro cae con fuerza desde las manos del vigilante y suena estrepitosamente en la sala. El vigilante, con la cara enrojecida, recoge el libro clavando su mirada en la espalda de la figura blanca que ni se ha inmutado.
Se vuelve a sentar mirando fijamente esa figura que, ahora, le resulta tan extraña mientras se oyen cada vez más lejanos los pasos de la figura negra pasillo adelante.
Un escalofrío recorre la espalda del vigilante…

domingo, abril 07, 2013

Un encargo delicado...

El vuelo procedente de Bilbao llegaba a la Terminal 3 del Aeropuerto de Málaga-Costa del Sol a las 23:35. Las indicaciones de mi cliente habían sido precisas: debía recoger el coche de alquiler a mi nombre y continuar destino, esta vez, por carretera. Había intentado desde apenas iniciado el despegue echar una cabezadita pero mi compañero de asiento, un dulce anciano que viajaba a casa de su hija, sentía la necesidad de rellenar los silencios que yo misma provocaba. Así que, cuando aterrizamos en Málaga a la hora prevista, ya conocía gran parte de su vida y los nombres de todos sus nietos. Recogí mi equipaje de mano, el único que llevaba, y salí presurosa de aquél avión y de la claustrofóbica amabilidad del anciano.

Cuando llegué al mostrador de Helle Hollis esperé pacientemente mi turno y en media hora ya era dueña provisional, por un plazo de 48 horas, de un Peugeot 207 blanco descapotable. Pensé en cenar algo antes de recoger el coche pero tenía demasiada prisa por llegar. La carretera era conocida: ese mismo trayecto ya lo había hecho muchas veces antes. En el plazo de más o menos una hora esperaba llegar a destino y descansar en el hotel hasta que, por la mañana, acudiera a la cita en la casa de mi cliente.

En hora y media escasa estaba entrando en Granada y me dirigí a mi hotel en el barrio de la Judería. Mi cliente había insistido en que me alojara en un hotel más lujoso pero a mí me gusta este lugar y puedo llegar a sentirme como en casa paseando entre sus calles. Rellené la ficha en recepción y subí a mi habitación a darme una ducha. Después pedí un bocadillo y una cerveza y cené junto a la ventana abierta. El ruido y el olor de Granada llenaron esa soledad que tienen todas las habitaciones de hoteles, esté o no esté sola en ellas.

A la mañana siguiente, después de desayunar, salí con mi maletín hacia la casa que Aurelio, mi cliente, tiene en la Carrera del Darro. Caminé despacio hacia allí disfrutando de ese bullicio y esa sorna granadina que tanto me gusta. A las nueve en punto estaba enfrente de la puerta de madera de su casa, a los pies de la Alhambra, junto a un pequeño puente de piedra que cruza el Darro. Me abrieron el portón y entré en un patio lleno de plantas, de árboles frutales y recién regado. Aurelio estaba sentado allí, en uno de los sillones. Se levantó presurosamente y me estrechó la mano plantándome, a la vez, dos sonoros besos en las mejillas.

Nos trajeron café, zumo, uvas y unas rebanadas de pan tostado con queso en una bandeja de plata mozárabe que dejaron sobre la mesa. Aurelio me sirvió café y  me miró expectante. Hacía ya un mes que se había puesto en contacto con nuestra agencia, solicitando nuestros servicios. Un mes llevaba esperando mi visita para ultimar el contrato. Crucé las piernas y me recosté en ese confortable sillón mientras aspiraba con fuerza el hipnótico aroma de las flores del magnolio que tenía a mi lado.

Empecé a preguntar: necesitaba saber todo acerca de ella. Sus gustos musicales, sus perfumes favoritos, sus colores predilectos, el libro que estaba leyendo...
Aurelio contestaba a cada una de mis preguntas con un brillo en los ojos que le delataba. Estaba completamente enamorado de ella. Tanto que no hubo una sola pregunta que quedara sin contestar. Después de unas dos horas de charla, me levanté y cogí mi maletín. Aurelio se levantó tan deprisa que, al hacerlo, tiró al suelo una de las tazas de café. Mientras recogía los trozos de la vajilla esparcidos por el suelo, noté el temblor en sus manos.

Pasamos al interior de la casa y me condujo hasta la cocina. Coloqué mi maletín encima de la mesa de madera de olivo que ocupaba el centro de la estancia y lo abrí. Le pedí que me dejara a solas. Me puse mi delantal Liberty y saqué todos mis utensilios para realizar los cupcakes personalizados para la esposa de Aurelio que con tanto cariño él había encargado para la fiesta de cumpleaños de esta tarde…

viernes, abril 05, 2013

Una historia corriente...


Elsa tenía esa belleza exultante que solo se tiene a los veinte años. Sus ojos negros como el azabache despedían unas motitas de azul eléctrico si te quedabas mucho tiempo mirándola. Tal vez era ésa una de las razones por las que era difícil sostener su mirada. Todo en ella resultaba hermoso y creo que es una de las personas más carismáticas que he conocido a lo largo de mi vida. Pero si tuviera que elegir una característica de ella, la que más la representara, sería su risa. Tenía una carcajada sonora pero a la vez cristalina que llenaba cualquier espacio en el que se encontrara. Toda su cara se iluminaba y era capaz de inundarnos de luz a todos. Elsa era así: hermosa y vital.

Conocí a Elsa realmente, fuera del ambiente familiar, cuando recién acababa de llegar a Barcelona. Venía procedente de su Cadaqués natal dispuesta a comerse el mundo de la moda. Vivía de alquiler en un precioso apartamento del Barrio Gótico que pagaban religiosamente sus padres. Ella estudiaba diseño de moda en la Escuela Felicidad Duce después de haber superado las duras pruebas de acceso. Me contó que desde pequeña quería dedicarse al mundo de la moda. Diseñaba su propia ropa desde los ocho años y su sueño era trasladarse a París,  de Erasmus e intentar quedarse allí y abrirse camino.

Era muy joven y tenía esa energía que sólo la dan los sueños y los logros por cumplir. Yo la miraba con escepticismo, tratando de recordar de si yo a su edad era tan tenaz como ella para, al cabo de un rato,  recordar que sí, que los veinte años son muy parecidos para todos. Lo mejor de algunos de esos sueños es no cumplirlos nunca para poder seguir soñando, pero eso era algo que no le iba a contar a Elsa.

Me dejaba caer los sábados por la mañana por su casa. Solíamos pasear por las Ramblas, ir al mercado, de compras por el Passeig de Gracia y a veces la invitaba a comer en la Barceloneta. Casi siempre era ella la que proponía los planes. Yo sólo intentaba cuidarla, tal y como le prometí a sus padres el verano anterior en Cadaqués.

Creo que fue como a mediados de la primavera cuando Elsa empezó a poner disculpas para nuestras citas sabáticas. Nunca le di mucha importancia porque supuse que después de llevar ya unos meses en Barcelona era lógico que tuviera amigos o incluso algún comienzo de romance.

Fue con una llamada preocupada de su madre una noche de miércoles cuando se despertó en mí una especie de alerta. ¿Cuánto tiempo hacía que no sabía nada de ella? ¿Un mes? ¿Tal vez dos? ¿Qué clase de amigo era yo para no haberme preocupado de la hija de unos de mis mejores amigos?. Tampoco estaba llamando a casa cada dos días como antes y hacía una semana que no hablaban con ella. Le prometí acercarme al día siguiente hasta la casa de Elsa e informarle de inmediato.

El jueves a las diez de la mañana estaba frente al timbre de entrada de la casa de Elsa, con una bolsa de croissants calientes y una botella de zumo de naranja. Me abrió la puerta una Elsa tan exuberante que una ráfaga de vértigo salpicó todo mi cuerpo. Estaba distinta. Más mayor, más seria, más madura y más…bella. Me mandó pasar a la cocina y encendió la cafetera.

Me senté en una silla, junto a la ventana, mientras pensaba cómo afrontar el tema pero fue Elsa la que empezó a hablar. Con voz suave y serena comenzó pidiendo disculpas mientras ponía los cafés y los zumos sobre la mesa y colocaba los croissants en un plato de porcelana blanca. Se sentó a mi lado y me fue envolviendo con su voz .

Elsa había encontrado un trabajo que le dejaba sin tiempo libre fuera del horario de la escuela. Estaba tan contenta que cada vez veía más cerca su sueño de diseñar en París. De repente me sentí tonto, es cierto que hacía un par de meses que me había contado que tenía una entrevista en el Hotel Perla Negra, un hotel que se había puesto de moda y que ofrecía alquileres de habitaciones por horas y recomendación de escorts.

Creo que fue por mi cara lívida, estoy seguro de ello, pero Elsa me dijo que quería enseñarme algo Fuimos al pequeño salón del apartamento y ella conectó el BluRay. Juntos vimos el documental The Great Happiness Space: Tale of an Osaka Love Thief, rodado y dirigido por Jake Clennell en 2006, y que refleja el auge del fenómeno escort en Japón. Fenómeno que estaba revolucionando Barcelona con este hotel que recibía premios, menciones y notas de prensa casi a diario.

Miré a Elsa, a sus grandes ojos negros con motitas de azul eléctrico y aguanté su mirada, pero no pregunté nada. Me fui con la promesa de seguir viéndonos una vez a la semana aunque fuera para tomar un café.

Al salir del portal telefoneé a su madre y le dije que Elsa estaba bien, que estaba estresada con los exámenes, que la había dejado estudiando…y que estaba muy guapa. Mucho.



jueves, mayo 21, 2009

Primero la verdad que la paz...


“¡Oh mi Bilbao, mi Bilbao,
mi dulce pasado!, ¿no eres
tú acaso toda la eternidad de mi
porvenir?"
(Unamuno)
Al Rectorado, en la calle Libreros, se llega una vez encontrada la famosa y sospechosa rana en la fachada de la Universidad. Hay un timbre, que sólo se puede tocar cinco minutos antes de cada fracción de media hora. Se abre el enorme portón de madera y una señora, que bien podría ser la tía Tula, explica muy bajito las normas y las instrucciones. El portón se cierra de nuevo y reabre exactamente a y treinta o a en punto. Fuimos afortunados o madrugadores y la visita la hicimos sólo nosotros, con la tía Tula. Me quedaba pendiente ver su casa, la casa dónde vivió y, aunque murió en otra, dónde están sus cosas, sus pertenencias, sus libros, su cama de hierro. Aquella vieja maleta con la que un día salió de Bilbao a Madrid, para estudiar. Su toga de rector, su baraja de cartas. Sus pajaritas de papiroflexia. Su alma.
Tula, que la imagino también soltera, hablaba con devoción, admiración, vocación y emoción de él. Recitaba los nombres de sus nueve hijos, de su amada esposa. Esperaba paciente y callada a que avanzáramos en aquél lugar en el que hubiéramos pasado una semana si nos hubiesen dejado.
Su biblioteca con los libros que leía, en catorce idiomas, y los que le habían dedicado sus amigos. Primeras ediciones. Libros salvados tantas veces que se notaba, aún a través del cristal, el dolor en sus páginas amarillas. Fotografías de Él, de su familia, de Bilbao, del Cántabrico. Cómo no tener morriña en aquél pasillo, sobre esas escaleras o a través de esas ventanas.
Se me llenaban los ojos de lágrimas al oir a Tula. Esa pasión camuflada de profesionalidad la delataba a cada paso por aquella casa. No sé si fue fruto de nuestras confidencias sobre que antes vivíamos junto a la calle Ronda, dónde él nació, y sobre nuestros paseos por El Paseo de los Caños lleno de tilos. O fue fruto del tremendo poder que ejerce sobre los adultos nuestra tercer miembro de la familia, pero Tula nos enseñó la zona no incluída en la visita. La zona cerrada a los visitantes, que es dónde los estudiosos de Unamuno trabajan cada día. Menos personal e íntima que el Rectorado, era en su momento la verdadera casa, la que cobijaba la cocina, las habitaciones de los hijos. Ahora eran oficinas, con fotocopiadoras, libros, carpetas y mesas.
Nos despedimos de Tula, la media hora había pasado. Es amable. Quizás volvamos.
Al salir de la casa, un fogonazo de ese color ocre que tiene la piedra en Salamanca. Esa piedra que recuerda a Florencia o Siena, que hace parpadear y que, irremediablemente, hace añorar el mar...

jueves, febrero 12, 2009

Desde mi ventana...



Esta es una tierra dura.
De inviernos largos y veranos dibujados.
Pero a través de la niebla, la lluvia y esa humedad constante, la tierra, en ocasiones, nos regala una sonrisa de colores.
Solamente hay que estar atento...

miércoles, febrero 04, 2009

Hay un nombre que lleva tu calle...

"Hay una calle que lleva tu nombre
en la ciudad del viento
después de tanto tiempo
me harté de esperarte
y se cayó el letrero."
(Quique González)

Hay una calle en el viejo Bilbao, que tiene nombre de iglesia o de mujer o de verbo. Nace en la Plaza de la Encarnación, donde se encuentra la iglesia de la Encarnación (la de la foto, vestida de gala para un concierto) y muere en la calle Atxuri. Se llama Encarnación. Poco misterio para tanta sorpresa.

Es una calle vieja, con solera. Con tendederos de ropa en las ventanas y sábanas flotando al viento. Con geranios emborrachados de rosa fucsia y molinillos de viento danzando al compás en los tiestos. Es una calle ruidosa. Vivida. Peatonal. Con edificios restaurados, los más afortunados, y pintados en tonos alegres. Con miradores de hierro. Con banderas piratas ondeando en los balcones. Con ríos subterráneos, afluentes del Nervión, durmiendo en su interior y respirando muy suavecito. Aunque eso pocos lo saben.

Somos muchos los que hemos vivido en esa calle. Cuando todo era lujo en el resto del Botxo, cuando el Casco Viejo se puso de moda para esa gente que antes no daba un paso que fuera más allá de la Plaza Circular y que sólo se acercaban al Arenal en la feria del Libro, no quedaba otra zona en la que comprar piso que Bilbao la Vieja o Atxuri.

Yo me fui a Atxuri. Me compré el piso más bohemio y más bonito del mundo entero, en uno de los edificios más viejos del mundo entero, también.

En los primeros días me encontré con I., uno de los hijos del Miren Itziar (ése donde suele ir a comer Fito sin sus Fitipaldis). Nos hicimos amigos. Alguna noche le iba a ver actuar al Key, en la calle del Cristo. Él decía que éramos los más modernos del barrio y a mi me gustaba oirlo. Todas las mañanas tomaba un café en el Floren, una taberna pintoresca que tenía como especialidad la "clientela variada". Es un barrio fácil, de vida fácil. Con panaderías que cierran tarde y gente sentada en la calle, al sol.

La luna aparece todas las noches y en agosto se ven los fuegos artificiales desde la ventana. La han incluído como visita turística guiada y a mi me gusta pensar que, aunque ya haya vendido aquella que fue mi casa, siempre seré la "chica atxuri".

jueves, febrero 28, 2008

Callejeros...


Todas las ciudades tienen de entre todos los seres que las habitan, algunos más especiales que otros. Me refiero a esos que, de alguna manera, se hacen notar a su paso. Son reconocibles e identificables aún entre una multitud. Algunos son hasta famosos, como Pascual, un simpático negrito al que se puede ver todos los mediodías de domingo cantando con su melodiosa voz, su sonrisa entrañable y sus piropos a todos los niños pequeños que le miran embelesados y tal vez, ilusionados. Pues Basilio, además de ponerle voz, ganas y alegría al Casco Viejo los domingos a la mañana y las tardes de entre semana, ejerce también una vez al año de Baltasar en la Cabalgata de Reyes del Ayuntamiento. Así que además contribuye a esa magia y misterio de un rey mago hecho carne. Y oficio.
En la entrada del metro de Plaza Unamuno, por las mañanas a primera hora, suele estar el protagonista de poner banda sonora a esa Plaza. Un asiático (no soy capaz de mojarme, no acertaría jamás el país) de ojos tristes y su violín. Cuando llegó hace unos tres años se puso en Gran Vía, pero enseguida encontró su lugar en la zona bohemia. Él es frenesí, nervio puro. Pero ojos meláncolicos. Llegó desafinando pero enérgico. Hoy, no desafina. Emociona. A veces, es tan frenético que se le vuelan las partituras. Una vez se las recogí y pude ver más de cerca esos ojos. Seguían igual de tristes. Me gustaría conocer su historia. Imagino que cuando puede come anguila los domingos.
En la fuente del Perro, un hombre abotargado y bañado en alcohol aúlla por las noches, rompiendo el silencio con su dolorosa y quebrada voz. Ese mismo hombre, hace ya bastantes años cantaba a Sabina y Police con esa misma guitarra y otro alma. Y tenía público, sobre todo chicas. Era hasta guapo, pero la vida le ha maltratado. No creo que pase de los cuarenta.
Luego, está Él. Él es ya un anciano. Yo le recuerdo desde siempre. Va con paso decidido, con prisa. Bien vestido. Elegante. Y recita una lista interminable. Son nombres y apellidos. Los recita de memoria, sin titubeos. No sé la historia. Contaban que quizás trabajó en alguna de las navales en la época de la reconversión industrial y esa lista de nombres eran los despedidos. Tal vez Él era el capataz.
El otro día le ví, y me sorprendió. Normalmente se le oye antes de verle. Su voz potente le precede, su lista de nombres. Yo estaba en la acera esperando el verde de un semáforo y oí hablar. Era Él: "De quién es el Titanic, el barco más grande del Mundo? Pues mío, de quién va a ser!". Y qué ha pasado con la lista? con esos nombres? y el Titanic a estas alturas?

martes, junio 26, 2007

Inédito...


En el Casco Viejo, en la calle del Perro, en el número dos, está uno de mis bares favoritos. Ya he hablado de él en una entrada anterior que versaba sobre pintxos.
Es un sitio donde se puede cenar de picoteo quesos, patés, embutidos, ensaladas y alguna que otra especialidad.
O bien tomar un vino tranquilamente.
Fuera del bar hay dos barriles de madera donde apoyar las bebidas y dos bancos de madera.
Las puertas del bar son de color burdeos con visillos blancos en los cuarterones de cristal.
No tiene pérdida. En el número dos.
En el interior del bar, las vitrinas están llenas, además de productos de delicatessen para degustar, de objetos de viajes y de cachivaches diversos. De las más distintas procedencias.
Las paredes, llenas de cuadros, de posters de lugares y de referencias literarias.
Las estanterías, llenas de libros y de objetos curiosos. Es un lugar donde perder la vista, y no sólo en la barra o en las mesas.
Allí se exhibe una carta auténtica en la que el señor Camilo José Cela se ofrece como chivato al movimiento fascista de Franco. Apuntaba maneras desde jovencito...
En uno de los cuadros hay una fotografía preciosa de la cruz del Gorbea nevada. Junto a la barra hay dos poemas enmarcados. Uno es de Benedetti, en el que dice que si él no fuera escritor le gustaría ser mozo de bar. Tremendo Benedetti. El otro es de Blas de Otero. Y en él se dice que es inédito. Siempre me ha gustado ese poema. Ese lugar en la barra, junto a uno y otro poema, es mi preferido. Me gusta tomarme allí el zurito o el vino y releer lo ya tan releído. He intentado muchas veces aprenderlo de memoria, pero la memoria es tan sumamente frágil con una cerveza en la mano que nunca lo he conseguido.

Lo he buscado en libros y en internet pero siempre sin éxito. Así que, recurriendo a la tecnología, un día conseguí llevarme el poema en el bolsillo. Y, hoy, ese poema ya no es tan inédito. O lo será menos. Aún.

El bar, se llama Xukela.

El poema,

El Antillano.

LLegamos a Bilbao,
Tras dos años y siete meses
regreso a tí, ciudad maldita y metida en
lo más

hondo de mi pecho.
Bordeamos
la peña de Orduña,
rozamos
los aledaños de Orozco.
Al fondo,
al fondo, cada vez más próxima,
más adusta y oxidada,
más
entrañable
BILBAO

Blas de Otero
22 de junio de 1968
Bonito, verdad?

domingo, junio 10, 2007

Vil Vaho...

Una mañana de domingo desganada y ruidosa nos ha empujado a la calle tras el desayuno, huyendo del bricolaje de la vecina de arriba y de los gritos de los padres de los niños que viven al lado.
Buscando el sol, hemos atravesado el pequeño edén instalado junto al Arriaga y nuestros pasos nos han llevado al Arenal y a su feria del libro instalada entre los tilos.
Me ha caído en la mano un libro curioso, Bilbao verso a verso...

Vil Vaho
(El Descomedido)

Para Jon Juaristi

Barka bezaidate
Nork bere begiekin ikusten ditu gauzak.
Gabriel Aresti

Bilbao, ciudad como una chica fea
Nos ata algo peor que un embarazo:

Sé que acercas a mi cuello un lazo
Y a mi pira una tea que gotea.

Bilbao, sabes que eres la azotea
Donde, si me asomo, acaba el plazo:
Si me asomo sé que me despedazo
En ti:madre, fulana, melopea,
Magdalena, bruja...Molesta miel
De jugar a médicos y enfermeras
Cuando el paciente nunca resucita.

Bilbao, hongo que nace en mi piel,
Que se infecta y cría plañideras
En mí, siendo mi amor.
Bilbao maldita

(Iñigo García Ureta.
De Dirección en la derrota)

lunes, mayo 21, 2007

Titanio, acero y naturaleza muerta ...


Entre bruma, sirimiri, humedad y algún que otro relámpago, el Guggenheim abrió sus puertas puntualmente a las diez de la noche este sábado diecinueve de mayo para celebrar La noche de los museos.
Esa noche, la oferta cultural en Bilbao era amplia, The Who en el BEC, el Athletic se jugaba la vida en San Mamés y un Dj de Ibiza ponía música en Le Club, así que fuimos tan afortunados de disfrutar de una noche en el Guggenheim con muy poquitas personas. La música a cargo del Dj Mauri y Miss le Bomb, una alemana menos exhuberante de lo que uno imagina con ese nombre artístico.
Los Tulipanes de Jeff Koons, el papá de Puppy, instalados en la terraza, son la nueva adquisición como obra permanente del museo. Estrátegicamente situados y mirando a la ría, iluminan con su acero de alegres y brillantes colores un paisaje totalmente monocromático.

Nos enamoramos de la obra de Anselm Kiefer, un alemán afincado en Barjak, una pequeña villa de Francia, cerca de Avignon, en una antigua fábrica de gusanos de seda. Nos llamó mucho la atención este dato porque al ver la obra tan inmensa en el Atrio imaginábamos que debía de pintar en algún tipo de nave industrial porque estaba hecho de un sólo lienzo y no de retazos. Pero al saber que era una antigua fábrica de seda y ver las fotos aún nos maravilló más la personalidad de este artista. También vimos una entrevista que le habían hecho y nos pareció gravemente carismático y exquisitamente neurótico. Contaba que cada persona está dotada de un aura celestial, que las grandes batallas navales ocurren cada 317 años...
Un centenar de obras de los últimos diez años están expuestas en diferentes salas hasta el 3 de septiembre. En el tremendo atrio del museo una tremenda obra hecha expresamente para él. Monumental. Trágica. Impactante.
“Mis obras son muy frágiles y no tan sólo en el sentido literal. Si las colocas juntas en las circunstancias equivocadas, pueden perder completamente su poder”

La exposición, comisariada por Germano Celant, Curator Senior de Arte Contemporáneo del Solomon R. Guggenheim Museum de Nueva York, presenta obras pertenecientes a colecciones públicas y privadas, a la Colección del Museo Guggenheim Bilbao y a los fondos del propio artista. Esta muestra conjuga el poder emocional de las creaciones de Kiefer con el edificio de Frank Gehry, logrando que el espectador se sumerja en un espacio creativo, donde los grandiosos trabajos de este artista brillan con luz propia. Una de las particularidades es un desolado paisaje de invierno de escala monumental, creado especialmente para el Atrio del Museo, cuya verticalidad —15 metros de altura— interactúa con el singular espacio creado por Frank Gehry.
Anselm Kiefer nació en 1945 en Donaueschingen, al sur de Alemania. Reconocido internacionalmente como uno de los más importantes creadores de nuestro tiempo, su producción se inicia a finales de los años sesenta, cuando decide abandonar los estudios de derecho para dedicarse a su verdadera vocación, el arte, en el año 1966. Su producción de los años setenta y ochenta gira en torno a la mitología, la historia, la religión y la simbología alemana, temas que el artista investiga profundamente y que utiliza de forma recurrente en sus obras como medio para evitar el proceso de amnesia colectiva ante las brutalidades y tragedias históricas de una Alemania desmembrada por la Segunda Guerra Mundial y en plena lucha por la restitución de su identidad como país.
De esta forma, la cábala, los nibelungos, Adolf Hitler, el músico Richard Wagner o el arquitecto del nazismo, Albert Speer, son referencias comunes en su obra de este periodo que ha sido considerada un auténtico “teatro de la memoria”. Sus trabajos, en los que se fusionan la pintura, la escultura o la fotografía, mediante técnicas como el collage y el asamblage, subrayan la solemnidad y la naturaleza trascendente de su contenido no sólo por sus cualidades táctiles, sino por la violencia de su pincelada y la opacidad que transmite una paleta de colores casi monocroma, mezclada con materiales poco ortodoxos y endebles como plomo, alambre, paja, yeso, barro, ceniza o polvo, o flores y plantas reales, en contraste con la transparencia de su significado. A comienzos de los años noventa, Kiefer, tras una serie de viajes por el mundo, comienza a explorar temas más universales, todavía basados en la religión, los simbolismos ocultos, los mitos y la historia, pero centrándose ahora más en el destino global del arte y de la cultura, así como en la espiritualidad y los mecanismos y misterios de la mente humana.
La muestra que presenta el Museo Guggenheim Bilbao está organizada temáticamente tomando como base, además de las religiones y la mística, la filosofía, la ciencia, la naturaleza o la alquimia, sus referencias literarias y poéticas, desde la filosofía de Martin Heidegger (1889–1976) y Friedrich Nietzsche (1844–1900) y los escritos de Paul Celan (1920–1970), Jean Genet (1910–1986) o Ingeborg Bachmann (1926–1973), hasta la música de Richard Wagner (1813–1883), figuras a través de las que cuestiona y aborda aspectos fundamentales de la experiencia y condición humana. La selección de obras realizada resalta especialmente las intervenciones monumentales de Kiefer, es decir, aquellas obras que el artista concibió para lugares concretos cargados de referencias históricas, religiosas o culturales, entre las que se encuentra su propio estudio en Barjac, estableciendo una fuerte interacción con la arquitectura.

miércoles, abril 25, 2007

Cruce de caminos...


Si hay un lugar en el que se cruzan los caminos, además del Madrid que cantaba Sabina, es Gernika. Villa foral. Pueblo. Hoy ciudad mundial por la paz.

Si alguien ha visto cosas es ella. Pintada hasta la saciedad, no ella sino su derrota, pocos conocen su verdadera imagen. Cruce de caminos a los sitios más bellos que conozco, a la reserva de la biosfera del Urdaibai y a los pueblos más hermosos de Euskadi. A los más duros.

Para muchos es el nombre de un cuadro. Para otros una ciudad devastada por un bombardeo. Para algunos pocos el label de unos pimientos, de unas alubias o de unas morcillas.

En Gernika, enclave privilegiado de esta, mi Bizkaia, se cruzan los caminos. Desde Gernika se puede ir a cualquier sitio....
También al cielo.

jueves, abril 12, 2007

12 de abril....

Me hubiese gustado regalarte un verano en la villa como el de Ouka Leele, lleno de sol, de fruta y de azul.
Un verano de julio o agosto en un tejado, con Madrid a los pies.
Un cielo azul con nubes de algodón sobre nuestras cabezas.
Te hubiese regalado un día impar en este doce de abril o un número tres para sumar al haber del corazón.
Pero eres tú el que me regalas cada día tu presencia y tu paciencia.
Tu inteligencia.
El que haces más fácil el despertar cada mañana.
El que me acompañas en los ocasos. En ese momento en el que se me viene todo el amor de golpe [como le pasaba a Neruda]. Y también la tristeza.
Eres tú mi regalo.
Así que gracias.
Felicidades también.

lunes, marzo 26, 2007

Un lunes al sol...


Hoy, por fin, después de casi diez días lloviendo sin parar y con esa humedad que cala los huesos, hemos visto el sol.


Se ha llenado de luz el día y ha dorado los tejados. A veces creo que somos tan meláncolicos y [en ocasiones] tan grises porque vivimos aquí. El sol es una inyección de optimismo cuando durante mucho tiempo las sombras y las nubes son las protagonistas...

Ahora, al caer la tarde, de nuevo llueve...


"Yo, cuando era joven,
te ataqué violentamente,
te demacré el rostro,
porque en verdad no eras digna de mi palabra,
sino para insultarte,
ciudad donde nací,
turbio regazo
de mi niñez, húmeda de lluvia
y ahumada de curas,
esta noche
no puedo dormir, y pienso en tus tejados,
me asalta el tiempo huido entre tus calles,
y te llamo desoladamente desde Madrid,
porque sólo tú sostienes mi mirada,
das sentido a mis pasos
sobre la tierra
".


(Blas de Otero, del poema Bilbao..)