Me hubiese gustado regalarte un verano en la villa como el de Ouka Leele, lleno de sol, de fruta y de azul.
Un verano de julio o agosto en un tejado, con Madrid a los pies.
Un cielo azul con nubes de algodón sobre nuestras cabezas.
Te hubiese regalado un día impar en este doce de abril o un número tres para sumar al haber del corazón.
Pero eres tú el que me regalas cada día tu presencia y tu paciencia.
Tu inteligencia.
El que haces más fácil el despertar cada mañana.
El que me acompañas en los ocasos. En ese momento en el que se me viene todo el amor de golpe [como le pasaba a Neruda]. Y también la tristeza.
Eres tú mi regalo.
Así que gracias.
Felicidades también.
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