miércoles, marzo 18, 2009

Feliz día...

Tengo el recuerdo borroso de unas zapatillas de cuadros entre nebulosas de humo de Ducados.
Unas poesías rimadas sin prisa, en las tardes, cuando caían los versos sobre los tomates del huerto.
Sus dibujos a carboncillo.
El estanque que un día lo llenó de nenúfares y más tarde de ranas.
Los pastelillos que hacía mi madre para desayunar con chocolate caliente.
Las carolinas del mediodía, en la bandeja de pasteles.
Tengo el recuerdo de sus ojos verdes enmarcados en aquél mar de pestañas que los cobijaba.
Su voz que aún, cerrando los ojos por las noches, la oigo.
Feliz día.
Feliz día para todos los padres, en especial para el que vuelvo a tener en casa, aunque no sea el mío.

lunes, marzo 16, 2009

Aire libre...


Si, como dice el bolero, veinte años no es nada, qué o cuánto son treinta años?. Hoy, a las siete y media de la tarde en la biblioteca de Bidebarrieta. Treinta años de su muerte. Me hubiera gustado conocerle, pasear con él y mirar escaparates juntos. Vendrá alguien detrás de estas palabras a decir que fue un triste. Pero acaso no hay que ser triste e incluso un poco moñas para escribir poemas que derritan el alma?, acaso no hay que irse a Madrid, en ocasiones, para llorar Bilbao?. No se quedaba pequeño el vate, Neruda, cuando escribía sobre Chile o sobre Matilde?. Pues eso...
Un brindis por Blas, que sonreía de lejos a los árboles y escupía sobre los curas...
Si algo me gusta, es vivir.
Ver mi cuerpo en la calle,
hablar contigo como un camarada,
mirar escaparates
y, sobre todo, sonreír de lejos
a los árboles...
También me gustan los camiones grises
y muchísimo más los elefantes.
Besar tus pechos,
echarme en tu regazo y despeinarte,
tragar agua de mar como cerveza
amarga, espumeante.
Todo lo que sea salir
de casa, estornudar de tarde en tarde,
escupir contra el cielo de los tundras
y las medallas de los similares,
salir
de esta espaciosa y triste cárcel,
aligerar los ríos y los soles,
salir, salir al aire libre, al aire.
(Aire libre, Blas de Otero)

jueves, marzo 12, 2009

Blanco...


Era el maestro de mi maestro, en realidad. No daba clases a alumnos nuevos, salvo excepciones. Durante un verano yo fui una de esas excepciones. Su casa, en Colón de Larreátegui, tenía un aire muy francés. El salón de atmósfera pesada y absorbente, las flores naturales, la ventana abierta al ruido de la calle. La sala de armas, clásica, enmoquetada. Con chimenea, espejos y armero. Un pequeño aseo, con ducha, hacía las veces de vestidor. Sus normas, estrictas. Chaquetilla blanca impoluta y guante limpio. Corregíamos posturas, día tras día. Espalda, brazo y piernas. La guardia como principio, como base. Muy clásica. Muy francesa. Muy baja de piernas. Muy alta de brazo. La técnica venía después, según él. Golpe recto, uno, dos. Fondo. Marchar y romper continuamente, hasta la extenuación. Hasta la perfección. Tenía la sensación de encontrarme en clases de baile, en lugar de con un arma en la mano. En ocasiones, el maestro, organizaba combates entre alumnos. Sólo daba las órdenes: en garde, pré, alé, alto, adelante. Pero nunca arbitraba. Código de honor, nada más. A la vieja usanza, como los verdaderos duelistas. Después de salir de allí solía ir al club. Mantenía las posturas clásicas y mi maestro sonreía, orgulloso. Los combates arbitrados y enchufados. La luz roja o verde marcaba el tocado, sin dejar lugar al honor, a declararse tocado o touché. Los arrestos que aplaudía mi maestro eran continuamente corregidos por el suyo. Demasiado moderno, solía decirme.
Hace poco me enteré de su muerte.
Le lloré. Siempre fue especial.

lunes, marzo 09, 2009

Rojo...

"De todos los lugares del pasado la memoria prefiere,
en ese amanecer o en esa noche, el rincón donde viven
los antiguos, inútiles futuros,y me levanto de la mesa
de los buenos amigos para abrazarme a lo que ya no existe,
para darle la mano a los remordimientos,
para cruzar por las conversaciones donde se habla de mí,
de la parte más negra del infierno que soy,
de las mentiras de mi nombre, de mi violencia
y mis asesinatos."
(Luis García Montero)


Le llaman El rojo en el pueblo. Tiene apellido judío aunque él jura que por sus venas corre sangre pirata. De los piratas que desembarcaron un día en la playa de Ispaster y violaron a sus mujeres. Así que es una mezcla de judío y pirata. No tiene padre, nunca lo tuvo. Tiene una edad incierta, es delgado, muy blanco, con gafas redondas y perilla de judío. Moreno de pelo y vegetariano. Aunque yo le he visto mordisqueando un fuet, sentado en el banco de madera que hay frente al cine nuevo, mientras su compañera sentimental no le veía. No tiene muchos amigos, pero es de conversación fácil.
Conozco al rojo desde finales de los ochenta. Muchos años atrás, durante una noche de sábado él junto con otro vecino del pueblo y un trabuco de un antepasado suyo, probablemente pirata, robaron la BBK de Ibarrangelu. Se llevaron todo el dinero que encontraron y El rojo lo escondió en su casa. Después, el destino, el transcurso de la investigación y un chivatazo hicieron que en pocos días El rojo y su compinche fueran detenidos. El dinero apareció íntegro escondido debajo de un colchón y el trabuco guardado en el camarote de la vivienda. Todo muy previsible.
Durante el juicio, El rojo confesó que había actuado con la idea de pertenecer a E.T.A y el robo de aquél banco sólo era su pase de entrada a la organización. La banda armada jamás asumió aquél acto pero El rojo pasó de ser juzgado como un preso común a ser juzgado y procesado como un preso político. Los años posteriores llegaron con nombres de cárceles diferentes cada cierto tiempo, por motivos de seguridad. Su compañera sentimental se recorrió cada una de ellas y, mientras, en el pueblo no se podía evitar alguna risa cuando alguien nombraba al rojo.
De aquellos años nunca le he oído hablar. La única referencia que hace de ellos es que, durante unas largas vacaciones, se leyó El sellor de los anillos y De parte de la princesa muerta una y otra vez, a modo de terapia. Suele estar en el bar El Zulo, tomando Coca-Cola light, no bebe alcohol, dando mitines desfasados y anacrónicos que, en su día, le valieron el mote de El rojo.
Junto con su compañera sentimental montó una tienda de máquinas de videojuegos y golosinas, en el local del antiguo supermercado, enfrente de la estación de autobuses. Cuando viene a Bilbao le gusta comer en el Iruña y siempre pide huevos revueltos. Y, detrás de las rocas, cuando no es verano, le puedes encontrar leyendo. Siempre el libro más grueso de la librería y, casi siempre, en su mano un bocadillo de chorizo de Salamanca. El mejor chorizo vegetariano del mundo entero...

jueves, marzo 05, 2009

Azul...

"En la boca del lobo estamos solos
y entre sus dientes
ya sabes lo que se siente
tan gastado como el viejo terciopelo
arrugado y olvidado en el fondo del ropero."
(Ariel Rot)
A veces, algunas veces, recuerdo aquellos días en los que comíamos castañas asadas sentados en el muelle de los frailes.
Aquellos días de verano, emborrachados de sol, cuando al atardecer atracábamos cerca de San Nicolás, entre Isuntza y Carraspio.
Tú pescabas barbarines con arpón.
(Pobres!).
Yo soñaba con pasar una noche en la isla.
(Pobre!)
A ratos, algunos ratos, recuerdo aquellas noches junto al faro de Santa Catalina.
Los amaneceres en el viejo aserradero.
Los días de gansos.
Los sábados de txoko.
Las mañanas de domingo con café y bollo de mantequilla.
A veces, algunas veces, pasado ya el tiempo, me acuerdo de muchas cosas.
Me siguen doliendo.
Recuerdo sobre todo el querer olvidar.
(Pobre!)