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domingo, abril 07, 2013

Un encargo delicado...

El vuelo procedente de Bilbao llegaba a la Terminal 3 del Aeropuerto de Málaga-Costa del Sol a las 23:35. Las indicaciones de mi cliente habían sido precisas: debía recoger el coche de alquiler a mi nombre y continuar destino, esta vez, por carretera. Había intentado desde apenas iniciado el despegue echar una cabezadita pero mi compañero de asiento, un dulce anciano que viajaba a casa de su hija, sentía la necesidad de rellenar los silencios que yo misma provocaba. Así que, cuando aterrizamos en Málaga a la hora prevista, ya conocía gran parte de su vida y los nombres de todos sus nietos. Recogí mi equipaje de mano, el único que llevaba, y salí presurosa de aquél avión y de la claustrofóbica amabilidad del anciano.

Cuando llegué al mostrador de Helle Hollis esperé pacientemente mi turno y en media hora ya era dueña provisional, por un plazo de 48 horas, de un Peugeot 207 blanco descapotable. Pensé en cenar algo antes de recoger el coche pero tenía demasiada prisa por llegar. La carretera era conocida: ese mismo trayecto ya lo había hecho muchas veces antes. En el plazo de más o menos una hora esperaba llegar a destino y descansar en el hotel hasta que, por la mañana, acudiera a la cita en la casa de mi cliente.

En hora y media escasa estaba entrando en Granada y me dirigí a mi hotel en el barrio de la Judería. Mi cliente había insistido en que me alojara en un hotel más lujoso pero a mí me gusta este lugar y puedo llegar a sentirme como en casa paseando entre sus calles. Rellené la ficha en recepción y subí a mi habitación a darme una ducha. Después pedí un bocadillo y una cerveza y cené junto a la ventana abierta. El ruido y el olor de Granada llenaron esa soledad que tienen todas las habitaciones de hoteles, esté o no esté sola en ellas.

A la mañana siguiente, después de desayunar, salí con mi maletín hacia la casa que Aurelio, mi cliente, tiene en la Carrera del Darro. Caminé despacio hacia allí disfrutando de ese bullicio y esa sorna granadina que tanto me gusta. A las nueve en punto estaba enfrente de la puerta de madera de su casa, a los pies de la Alhambra, junto a un pequeño puente de piedra que cruza el Darro. Me abrieron el portón y entré en un patio lleno de plantas, de árboles frutales y recién regado. Aurelio estaba sentado allí, en uno de los sillones. Se levantó presurosamente y me estrechó la mano plantándome, a la vez, dos sonoros besos en las mejillas.

Nos trajeron café, zumo, uvas y unas rebanadas de pan tostado con queso en una bandeja de plata mozárabe que dejaron sobre la mesa. Aurelio me sirvió café y  me miró expectante. Hacía ya un mes que se había puesto en contacto con nuestra agencia, solicitando nuestros servicios. Un mes llevaba esperando mi visita para ultimar el contrato. Crucé las piernas y me recosté en ese confortable sillón mientras aspiraba con fuerza el hipnótico aroma de las flores del magnolio que tenía a mi lado.

Empecé a preguntar: necesitaba saber todo acerca de ella. Sus gustos musicales, sus perfumes favoritos, sus colores predilectos, el libro que estaba leyendo...
Aurelio contestaba a cada una de mis preguntas con un brillo en los ojos que le delataba. Estaba completamente enamorado de ella. Tanto que no hubo una sola pregunta que quedara sin contestar. Después de unas dos horas de charla, me levanté y cogí mi maletín. Aurelio se levantó tan deprisa que, al hacerlo, tiró al suelo una de las tazas de café. Mientras recogía los trozos de la vajilla esparcidos por el suelo, noté el temblor en sus manos.

Pasamos al interior de la casa y me condujo hasta la cocina. Coloqué mi maletín encima de la mesa de madera de olivo que ocupaba el centro de la estancia y lo abrí. Le pedí que me dejara a solas. Me puse mi delantal Liberty y saqué todos mis utensilios para realizar los cupcakes personalizados para la esposa de Aurelio que con tanto cariño él había encargado para la fiesta de cumpleaños de esta tarde…

jueves, mayo 21, 2009

Primero la verdad que la paz...


“¡Oh mi Bilbao, mi Bilbao,
mi dulce pasado!, ¿no eres
tú acaso toda la eternidad de mi
porvenir?"
(Unamuno)
Al Rectorado, en la calle Libreros, se llega una vez encontrada la famosa y sospechosa rana en la fachada de la Universidad. Hay un timbre, que sólo se puede tocar cinco minutos antes de cada fracción de media hora. Se abre el enorme portón de madera y una señora, que bien podría ser la tía Tula, explica muy bajito las normas y las instrucciones. El portón se cierra de nuevo y reabre exactamente a y treinta o a en punto. Fuimos afortunados o madrugadores y la visita la hicimos sólo nosotros, con la tía Tula. Me quedaba pendiente ver su casa, la casa dónde vivió y, aunque murió en otra, dónde están sus cosas, sus pertenencias, sus libros, su cama de hierro. Aquella vieja maleta con la que un día salió de Bilbao a Madrid, para estudiar. Su toga de rector, su baraja de cartas. Sus pajaritas de papiroflexia. Su alma.
Tula, que la imagino también soltera, hablaba con devoción, admiración, vocación y emoción de él. Recitaba los nombres de sus nueve hijos, de su amada esposa. Esperaba paciente y callada a que avanzáramos en aquél lugar en el que hubiéramos pasado una semana si nos hubiesen dejado.
Su biblioteca con los libros que leía, en catorce idiomas, y los que le habían dedicado sus amigos. Primeras ediciones. Libros salvados tantas veces que se notaba, aún a través del cristal, el dolor en sus páginas amarillas. Fotografías de Él, de su familia, de Bilbao, del Cántabrico. Cómo no tener morriña en aquél pasillo, sobre esas escaleras o a través de esas ventanas.
Se me llenaban los ojos de lágrimas al oir a Tula. Esa pasión camuflada de profesionalidad la delataba a cada paso por aquella casa. No sé si fue fruto de nuestras confidencias sobre que antes vivíamos junto a la calle Ronda, dónde él nació, y sobre nuestros paseos por El Paseo de los Caños lleno de tilos. O fue fruto del tremendo poder que ejerce sobre los adultos nuestra tercer miembro de la familia, pero Tula nos enseñó la zona no incluída en la visita. La zona cerrada a los visitantes, que es dónde los estudiosos de Unamuno trabajan cada día. Menos personal e íntima que el Rectorado, era en su momento la verdadera casa, la que cobijaba la cocina, las habitaciones de los hijos. Ahora eran oficinas, con fotocopiadoras, libros, carpetas y mesas.
Nos despedimos de Tula, la media hora había pasado. Es amable. Quizás volvamos.
Al salir de la casa, un fogonazo de ese color ocre que tiene la piedra en Salamanca. Esa piedra que recuerda a Florencia o Siena, que hace parpadear y que, irremediablemente, hace añorar el mar...

miércoles, marzo 12, 2008

Easter Holydays...

Imagino que todos tenemos un lugar en el Mundo que nos atrae irremediablemente, sin saber bien el porqué.
O, en algunos casos, con la fortuna de, quizás, conocer la razón de esa atracción.

Yo me siento atraída por todos los lugares que no conozco y por la mayoría de los que ya he conocido.
Generalmente me gustan todos los sitios o países que visito, sus gentes, sus comidas, sus museos, sus tiendas y sus paisajes. Siempre regreso a casa con la sensación de haberme querido quedar y con la promesa de hacer todo lo posible por volver. Si que tengo predilección por alguna ciudad o país en concreto pero jamás he estado en algún lugar al que no volvería.
Creo, que nunca se llega a conocer del todo un lugar, ni siquiera ése en el que se vive.

Tengo tantos lugares soñados pendientes de conocer que no sé si la vida me alcanzará a lograrlo.

Pero si hay una ciudad delirio para mí, si hay un lugar con el que sueño desde niña con pisar es New York.

Walt Whitman escribió que la mejor medicina para el alma era cruzar a pie el puente de Brooklyn.
Y todos sabemos que Whitman no regalaba nada.
Cuando yo leía a Whitman era esa época en la que el alma está un tanto turbia y el corazón desbocado, así que imaginar una medicina para el alma y además llena de mástiles, se me antojaba de lo más romántica y novelesca.

Después, he ido buscando yo a New York, cada historia que leía, cada imagen que veía , cada película, cada libro hacían que me enamorara más de una ciudad que no sabía si algún día iba a conocer. Me atrae todo lo relacionado con ella, sobre todo si es en forma de historias urbanas y mundanas.
A veces, era ella la que me encontraba a mí disfrazada de poema, novela, musical o [incluso] serie televisiva. He llegado a conocer cada calle de Brooklyn de la pluma de Auster y los garitos, restaurantes y tiendas fashion de Manhattan de la estela que dejaban a su paso los tacones de Carrie Bradshaw.

A los veinte avisé que los treinta los celebraría en New York. Había que poner una fecha. Pero los treinta llegaron y pasaron sin pena ni gloria. Bueno, con la pena correspondiente, eso sí, pero sin billete de avión a la city. Se celebraron en el Botxo y poco, por la correspondiente crisis de los treinta, que ya ni recuerdo….

Supongo que la tengo idealizada, mitificada y totalmente vanagloriada. Pero también sé que el día que ponga un pie sobre una de sus aceras me sentiré un poco como en casa. Porque son tantos años de soñarla que ya es un poquito parte de mí. Somos también una parte de lo que deseamos.

Ahora, es lógico que no pueda evitar los nervios y cierto temblor en las manos. Ese sudor frío en la nuca que provoca la proximidad del cumplimiento de un viejo sueño. De un viejo destino [o predestino].
Nos vamos a New York este sábado a pasar la Semana Santa. Nuestras últimas vacaciones solos. Pues aunque ella también viene, afortunadamente no paga viaje….

Así que respiro hondo y profundo para decir que por fin…….lo he conseguido!

domingo, abril 15, 2007

London...


Qué bonito es Londres y qué limpio está a pesar de tener tan pocas papeleras. Es algo que sorprende. Poder pasear mirando hacia arriba sin preocuparte de pisar una caca de perro, sobre todo si vienes de Bilbao, que es imposible enterarse de nada que ocurra en las paredes ni más arriba de tus propios zapatos porque no puedes andar sin quitar la vista de las aceras.

No, no es por el dibujo de la baldosa como cree el alcalde.
Al principio pensaba que eran los perros ingleses que son tan finos que no cagan, pero al segundo día leí el cartelito de las 1.000 pounds de multa por caca de perro, eso lo explica todo. Seguro que sí.




Ha salido el sol todos los días y ha sido espléndido. La ciudad está bellísima. Todo ha florecido, incluso los ciruelos, y la primavera inunda todo. Los jardines están llenos de tulipanes y de narcisos.

Me encanta Londres.

Me encanta lo sorprendente que es, pasear entre asfalto y edificios históricos y al doblar una esquina encontrarse de bruces con el muelle de Santa Katherine con sus catamaranes y veleros durmiendo en la ciudad.
El bullicio de Covent Garden.















Me encanta el paseo de Candem Town hasta la Little Venice, con sus barcazas flotando en la ría. Sus puentes. El contraste de las mansiones de las orillas y de las barcazas como casas flotantes en la ría. Los patos nadando y un zoológico en el camino.



Su río, tan majestuoso.


Me encantan sus mercados en la calle. Londres tiene un mercado para cada cosa y cada cual más bello. El de Borough es espectacular. Flores, frutas, carnes, pescados, dulces, panes y quesos. Un placer para todos los sentidos.




Estuvimos en el Fifteen una noche pero no pudimos cenar porque no había sitio. Jamie Olivier se ha hecho demasiado famoso.



En el Soho, un paraíso para los bohemios, cenamos en el Garlic & Shots, un templo de culto al ajo. Todos los platos de su carta llevan ajo e incluso tienen una cerveza con ajo. 101 txupitos diferentes son el postre. Un sitio muy pintoresco. En el piso de abajo tienen un bar para vampiros...


El Zuma, un restaurante japonés fue la estrella gastronómica de las vacaciones.
Es el restaurante de moda ahora mismo allí, donde acuden los famosos.
Nuestra bendita Lonely Planet es la culpable de haberlo descubierto.
Justo tomabamos una cerveza en el pub de al lado, así que supusimos que era una señal.
La camarera que nos atendió era española, catalana. Muy simpática. Le faltaban dos dedos, uno en cada mano. No conocía a Ferrán Adriá.
Nos trajo wasabi fresco y nos lo ralló en la misma mesa.
El sushi y el sashimi han sido los mejores que he comido nunca.
Aunque había pescados que todavía no hemos conseguido saber qué eran.


Los cocineros cortaban el pescado a la vista con el propio ritmo de una coreografía. El local lo definían como opulentamente minimalista.
Y sí, la verdad es que era minimalista.
Era opulento también.

La barra del bar del Zuma también era un punto original. La bodega era totalmente fabulosa, aunque los precios también lo eran. Tenían un Vega Sicilia a 1.299 libras...

Una cosa que me sorprende de London es que en ningún pub, bar o similar se ve una botella de Beeffeater. Éste es el único beeffeater que vimos.
Además nos posó para la foto y todo



En Hyde Park, los domingos, en el speaker's corner aún sigue habiendo gente dispuesta a defender sus ideas. Por muy descabelladas y religiosas que sean. Como si el tiempo ni hubiera pasado.....


martes, abril 03, 2007

It's time for tea...

De una ciudad gris a otra.
Me marcho a Londres cinco días.
A ese Londres de niebla y bruma en el que aún parece retumbar la voz de Shakespeare en el Globe .
A ese Londres cosmopolita, bullicioso y de calles limpias en el que Borges conversaba con los ángeles en su poema de los dones.
A ese Londres de shopping y de pubs, de mercadillos y de paseos a la orilla del Támesis.
O a ese más oscuro, más gótico, más novelesco.
Todas las ciudades tienen tantas caras y tantas cruces como el que las mira, descubriéndolas. Pero Londres, quizás, es una de las ciudades más ambiguas de Europa. Todo cabe, todo entra, todo permanece.
Me gusta esa foto de Londres, para mi es tan familiar...
Es como estar en casa, ir camino de ella, por el puente del Arenal...
Nunca sé despedirme de ti, siempre me quedo
con el frío de alguna palabra que no he dicho,
con un malentendido que temer,
ese hueco de torpe inexistencia
que a veces, gota a gota, se convierte
en desesperación.
Nunca se despedirme de ti, porque no soy
el viajero que cruza por la gente,
el que va de aeropuerto en aeropuerto
o el que mira los coches,
en dirección contraria,
corriendo a la ciudad
en la que acabas de quedarte.
Nunca sé despedirme, porque soy
un ciego que tantea por el túnel
de tu mano y tus labios cuando dicen adiós,
un ciego que tropieza con los malentendidos
y con esas palabras que no saben
pronunciar.
Extrañado de amor,
nunca puedo alejarme de todo lo que eres.
En un hueco de torpe inexistencia,
me voy de mí
camino a la nada.
(Luis García Montero. Problemas de Geografía
Personal)