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martes, abril 30, 2013

Blancas o negras?...

Son las diez y media de la mañana de un miércoles cualquiera.
Planta tercera del museo Guggenheim de Bilbao.
Hay una figura vestida de negro, en una de las salas, y completamente inmóvil frente a un cuadro de Cy Twombly.
El resto de la sala se encuentra vacía, a excepción del vigilante, sentado en su silla en la puerta de entrada.
Unos pasos resuenan en el pulimentado pasillo y se acercan hasta la puerta.
Otra figura entra, vacilante, y se sitúa junto a la primera.
Esta última viste de blanco.
El vigilante, intrigado, cierra el libro que estaba leyendo y observa.
Las dos figuras permanecen inmóviles durante largo tiempo, sin mirarse.
Parecen absorbidas por la fuerza de cuadro: un gran lienzo blanco salpicado de tonos rosas y rojos.
El vigilante vuelve a su libro.
La primera figura, la negra, mete su mano izquierda en el bolsillo de su cazadora negra y extrae un pequeño sobre sepia. Sus movimientos son lentos, metódicos, estudiados. Extiende su mano con el sobre hacia la figura blanca que, rápidamente, de un solo movimiento coge el sobre y lo introduce en su cazadora blanca.
El vigilante, absorto en su libro, no ha reparado en nada.
La figura negra sale despacio de la sala.
Al llegar a la puerta de salida de la sala gira la cabeza, mirando fijamente al vigilante con unos grandes ojos verdes que destacan con fuerza en su indumentaria negra. Guiña un ojo y sonríe casi imperceptiblemente.
El libro cae con fuerza desde las manos del vigilante y suena estrepitosamente en la sala. El vigilante, con la cara enrojecida, recoge el libro clavando su mirada en la espalda de la figura blanca que ni se ha inmutado.
Se vuelve a sentar mirando fijamente esa figura que, ahora, le resulta tan extraña mientras se oyen cada vez más lejanos los pasos de la figura negra pasillo adelante.
Un escalofrío recorre la espalda del vigilante…

miércoles, diciembre 12, 2007

Bermeo...


Bermeo es algo más que bonito y un poco más también que el bonito que se exporta. Me gusta llegar a él atravesando las marismas del Urdaibai, pasando por Pedernales y Mundaka. Hay más caminos, pero son menos marítimos, más boscosos. Menos románticos. Aunque igual de verdes.

Bermeo es el pueblo de dónde salían los barcos balleneros que, un día, estudiamos en el colegio.

Es el pueblo en el que pescan ese bonito con el que hacemos el marmitako y el culpable de ese dicho de "no grites tanto, txo, que pareces de Bermeo".
Abajo, antes de llegar al puerto, su kiosko de música parece sacado de una película de los años veinte y el Casino evoca épocas de gangsters y mafiosos, aunque tenga menú del día.
Despúes, el puerto. El muelle. Los barcos. Las redes. El olor a sal, a mar, a sirenas.
Arriba, la Atalaya. Las vistas al infinito mar y a la isla de Izaro. El parque. El olor a mar y a sal.
Y alguna que otra sirena sentada en un banco. El manicomio también se encuentra allí. [Paradoja]. Más allá, el cementerio.
Las calles que llevan del puerto a la atalaya son de piedra y empinadas, y en todas ellas, bulliciosas, destacan los balcones de hierro en las casas pintadas, y sus alegres macetas. Las risas. Bermeo es un pueblo feliz lleno de gente que grita, ríe y sonríe. Es un pueblo duro, frente al Cantábrico. Y eso se nota, o quizás marca. Pero algo tienen sus hijos que son fuertes y testarudos, además de alegres.
Bermeo estará aullando de dolor estos días por tu ausencia, Zuriñe. Estará sordo sin el sonido de tu risa. Apagado sin el brillo de esos ojos tan grandes y sinceros. Falta tu alma en esas calles, tus gritos en los bares, y tu culo en ese banco de la Atalaya donde tantas veces, sin hablar, nos contamos tantas cosas.
Agur, Zuriñe!
"Porque si no mueren las almas, está muy bien que en sus despedidas no haya énfasis". (Borges)

lunes, septiembre 24, 2007

La nube negra...



Para Pedro. Con todo mi cariño. Con todo mi pesar.


Cuando busco el verano en un sueño vacío,
cuando te quema el frío si me coges la mano,
cuando la luz cansada tiene sombras de ayer,
cuando el amanecer es otra noche helada,
cuando juego mi muerte al verso que no escribo,
cuando sólo recibo noticias de la muerte,
cuando corta la espada de lo que ya no existe,
cuando deshojo el triste racimo de la nada.

Sólo puedo pedirte que me esperes
al otro lado de la nube negra,
allá donde no quedan mercaderes
que venden soledades de ginebra.
Al otro lado de los pagones,
al otro lado de la luna en quiebra,
allá donde se escriben las canciones
con humo blanco de la nube negra.

Cuando siento piedad por sentir lo que siento,
cuando no sopla el viento en ninguna ciudad,
cuando ya no se ama ni lo que se celebra,
cuando la nube negra se acomoda en mi cama,
cuando despierto y voto por el miedo de hoy,
cuando soy lo que soy en un espejo roto,
cuando cierro la casa porque me siento herido,
cuando es tiempo perdido preguntarme qué pasa.

Sólo puedo pedirte que me esperes
al otro lado de la nube negra,
allá donde no quedan mercaderes
que venden soledades de ginebra.
Al otro lado de los pagones,
al otro lado de la luna en quiebra,
allá donde se escriben las canciones
con humo blanco de la nube negra.

(Luis García Montero)

P.D. Estoy segura de que un Ángel le invitará a txakolí...