jueves, junio 28, 2012

Los retos, la vida...


Vive como si fueras a morir
mañana, trabaja como si no
necesitaras el dinero, baila como si nadie estuviera mirando"
Bob Fosse

Hace dos sábados debutó como bailarina J. en un gran teatro, con la escuela de ballet a la que asiste desde hace un año. Se agotaron las entradas apenas dos días después de puestas a la venta.
El teatro a rebosar, sobre todo de padres nerviosos y orgullosos.
A partes iguales.
Se abre el telón. Silencio. En la apertura, doscientas bailarinas de todas las edades perfectamente alineadas, en preciosa formación. Filas casi eternas de tules blancos y medias rosas.
J., una de las dos niñas de más corta edad, en el extremo izquierdo de la primera fila. Su amiga, en la antípoda, extremo derecho de la primera fila.
Suena la maravillosa Cantata 147 de Bach.
Las niñas empiezan a mover los brazos al ritmo que marca la profesora, escondida entre bambalinas.
J. no se mueve. Los nervios la tienen atenazada. Solo acierta a agarrarse del tutú, estrujándolo con sus manitas. Nos mira fijamente, sin apartar la vista. Ni una lágrima. 
Tan sólo esa determinación dibujada en su mirada, que los que la conocemos sabemos, que significa: "no pienso bailar delante de toda esta peña ni de coña"
En ese momento, me invade una emoción muy fuerte que me deja sin respiración durante unos segundos. Sensación de pecho oprimido, de ahogo. Un orgullo inmenso de ver a mi niña haciendo nada, mientras las demás mueven manos y piernas de manera acompasada.
Está aguantando estoicamente, sin moverse, subida a un escenario ante más de mil personas adultas. 
Es ahí, en ese preciso instante, cuando me muero de ganas de abrazarla, de correr a su lado y decirle lo orgullosos que estamos de ella. Lo importante que es para nosotros: baile o no baile. Se mueva o no.

Eres grande, June. Muy grande!




lunes, junio 18, 2012

Algo así como libertad...



"Para la libertad me desprendo a balazos
de los que han revolcado su estatua por el lodo.
Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,
de mi casa, de todo."

Miguel Hernández 

Cuando Coro fue seleccionada para el puesto de secretaria en aquél bufete de abogados de Bilbao sus padres se echaron las manos a la cabeza. La niña salía por primera vez del caserío familiar, en Ispaster, y había llevado todo el proceso de selección en secreto, mintiendo sobre sus viajes al Botxo.
A ellos les hubiera gustado que la niña siguiera como hasta ahora, a su lado, ayudando en el negocio familiar, esa vieja carnicería de Gernika, famosa por sus morcillas de verdura que provocan colas los lunes a la tarde.

Pero la niña soltó la noticia en casa con todos los cabos atados. Con el horario del bufete no le quedaba más remedio que quedarse a vivir en Bilbao, así que en el bufete le habían ayudado a buscar alojamiento. Iba a compartir un piso con otras dos chicas, en la calle Ronda. La niña se mostró impasible ante el amago de infarto de su madre. No era la primera vez que su madre recurría a sus dotes de interpretación ante los pobres y fracasados intentos de rebelarse de la niña. Pero Coro, esa niña tan dócil durante 30 años, había tomado ya la decisión de intentar vivir su propia vida y dejar de sentirse oprimida y asfixiada por unos padres tan absorbentes. Coro prometió que pasaría los fines de semana en casa, en el caserío, y los sábados a la mañana ayudaría en la carnicería. Los domingos pasearía junto al aita y el perro por la playa de los piratas, como cada domingo de su vida.

Así fue como comenzó la vida de Coro a los 30 años. Nunca había tenido amigas ni novio. No había ido de vacaciones y no había pasado una sola noche fuera de la casa familiar.
La vida en el piso de la calle Ronda resultó fácil, una de las chicas, Maider, era de Lekeitio y la otra, Covadonga, de Oviedo. Los viernes Maider y ella compartían coche, un viernes cada una, y el domingo quedaban para volver juntas. Covadonga se quedaba sola los fines de semana y solía salir con gente del hospital donde trabajaba como enfermera.

Lo más difícil que había hecho Marco en su vida, había sido licenciarse en Derecho por Deusto. Al terminar la carrera, empezó a trabajar como socio en el bufete que la madre le había montado a su hermana, en una calle muy próxima a los Juzgados. Marco era un tío guapo y tenía esa prepotencia que sólo la da el haber nacido sin preocupaciones y con todo el camino hecho.

La selección de la secretaria para el bufete la había llevado él personalmente y nada más verla se decidió de inmediato por Coro.
Era guapa, servicial y bajaba los ojos al verle. No sabía si por timidez o por respeto. Pero a él, con esa chulería que le caracterizaba, le gustaba que una mujer bajara la mirada en su presencia.
A su hermana también le gustaba Coro por su dulzura, belleza y presencia.
Eso quedaba bien en el bufete.

Las semanas fueron pasando siempre iguales, Coro empezó a desear que no llegara el viernes y que la semana tuviera siete días laborables para seguir trabajando en el bufete. Los jueves a la tarde quedaban las tres chicas en la Plaza Nueva y tomaban unos zuritos antes de ir a casa.

A veces cenaban fuera, en el Xukela de la Calle del Perro.
Coro les hablaba de Marco, de lo guapo que era y de los clientes del bufete.
Covadonga hablaba del hospital y de ese cirujano que le sonreía cada día. Maider era concejal del Ayuntamiento y su trabajo era mucho más aburrido, solía estar deseando que llegara el viernes para marcharse a Lekeitio y ver a su novio.

Un viernes de marzo, Coro no llegó a pasar el fin de semana a casa. No apareció tampoco por el piso de la calle Ronda y no amaneció al lunes siguiente en el bufete.

Cinco días más tarde de su desaparición, el cádaver de una Coro desfigurada, hinchada y amoratada, era rescatado de la playa de Ereaga, cubierto de algas... 

lunes, febrero 01, 2010

Un círculo...


"Mirar el río hecho de tiempo y agua
y recordar que el tiempo es otro río,
saber que nos perdemos como el río
y que los rostros pasan como el agua."
(Borges)
Cuando Olivier comenzó a ir al gimnasio en el mes de septiembre no confié en que fuera constante, pero sigue yendo un par de días por semana, los que no voy yo, y está muy contento con el grupo. Ese par de días suelo aprovechar, una vez acostada J., a ver alguna vieja película o a holgazanear un rato.

En el bar La Mutua de Mazarredo, los miércoles noche se reunía un variopinto grupo de personajes, pocos pero selectos. El hermano de un conocido director de cine y un par de guionistas; un emergente pintor, Patxi Del Río, la mujer de éste, y un par de amigos de ambos; los que colgábamos los floretes sobre las diez de la noche en aquél desvencijado edificio de escaleras de madera y grandes vidrieras de Uribitarte, dónde teníamos la sala de armas; más los clientes ocasionales que aterrizaban por allí.
Ésos iban variando y nunca eran los mismos. Los anteriores, éramos habituales. El camarero, un pintor fotógrafo que solía exponer en galerías privadas y en el molino de Aixerrota, era el hilo conductor de los grupos y solía ir de uno a otro dando conversación e interesándose por todos.
Las cervezas las servía en jarra helada y ponía unos cacahuetes tamaño maxi que no recuerdo haberlos probado más buenos que en aquél lugar. Los viernes también solíamos ir a La Mutua, pero el ambiente era diferente. La clientela crecía considerablemente y sobre todo estaba lleno de grupos que, tras la cena, acudían a probar uno de sus famosos cafés con licor que tanta fama le dieron en su día.
Los miércoles eran noches íntimas, bohemias, llenas de humo y algún que otro secreto, con reuniones dónde se trataban temas importantes e incluso vitales. Patxi Del Río, empezó a exponer allí sus cuadros. Su nombre ya era medianamente conocido en el Botxo. Había sido profesor de Bellas Artes pero ahora se dedicaba exclusivamente a la pintura. Malena, su mujer, tan bella como frágil, enseguida se interesó por nosotros.
Desde el ventanal de La Mutua se veía la Sala de Armas de la calle de abajo, y casi desde el primer día se acercó y comenzó a charlar. Su fragilidad se la daba una extraña enfermedad que la recluía unas cuatro veces al año en un hospital, y era por ello que no trabajaba. Había sido alumna de Patxi Del Río pero ella ahora tampoco pintaba, vivía exclusivamente para su enfermedad y su marido.
Un miércoles, guiados por el camarero, nos convertimos en un solo grupo. Nos fusionamos muy bien y los temas iban pasando de uno a otro. Queríamos saber todo de todos. La relación se fue estrechando. Malena comenzó a acercarse a la Sala de Armas, al principio tímidamente pero enseguida se envenenó con el florete y empezó a recibir clases. Comenzamos a hacer actividades juntos: exposiciones, un día de rodaje, cursos de guionistas de cine en la nueva plataforma de la Plaza de Venezuela, campeonatos en polideportivos de mala muerte y alubiadas con Agustín y Mariluz después de pasear por su bosque. Cenas en el ático de Gran Vía con Patxi y Malena y sábados en Ibarrangelua, en casa del maestro.
Patxi Del Río comenzó su ascenso vertiginoso en la pintura al mismo tiempo que el alcohol se iba abriendo paso por sus venas. Empezamos a ver que tenía un problema con la bebida el mismo día que en el bar La Mutua se vendió uno de sus cuadros a una pareja de franceses que habían venido expresamente a ello y que pagaron en efectivo una cantidad desorbitante, mientras era el camarero el que cerraba el trato y Patxi apenas se tenía en pie. Aquella pareja nunca supo que el borracho que se sujetaba a la barra para no caerse era el genio que había pintado ese cuadro.
Después de eso todo comenzó a suceder muy deprisa. Patxi seguía vendiendo cuadros, nosotros competíamos a nivel nacional e internacional y ya se hablaba de la cantera del Botxo, uno de los guionistas consiguió un trabajo en Madrid y el hermanísimo empezó a salir con una chica que le quitaba todo el tiempo. Malena se marchó del lado de Patxi, se enamoró de un jovencito 15 años más joven que ella y tuvieron un niño. El edificio desvencijado de Uribarte pasó a la historia para dejar paso a unos pisos de lujo y nos exiliamos a Artxanda, acogidos en una sala de armas que no era la nuestra.
Nos perdimos.
Olivier volvió a casa el miércoles con noticias. Una compañera de gimnasio, una chica enfermera, le había invitado a comer el domingo en el caserío. A los compañeros de grupo más sus familias. Alubias. Su marido es pintor y les gusta recibir en casa.
Es domingo. Llueve. Olivier, J. y yo nos acercamos al caserío dónde estamos invitados a comer. Nos cuesta encontrarlo a pesar de que vivimos en la zona. Aparcamos fuera, el paisaje es precioso. Se divisa el pueblo desde aquí arriba. El verde de los montes con este día de lluvia es tan verde que duele. Se oyen risas en el interior del caserío y bullicio de gente. Olivier toca el timbre, casi de inmediato aparece en el umbral un sonriente Patxi Del Río.

lunes, enero 25, 2010

Amar una sombra...


Siniestro delirio amar una sombra.
La sombra no muere.
Y mi amor
sólo abraza a lo que fluye
como lava del infierno:
una logia callada,
fantasmas en dulce erección,
sacerdotes de espuma,
y sobre todo ángeles,
ángeles bellos como cuchillos
que se elevan en la noche
y devastan la esperanza.
(Alejandra Pizarnik)


La primera vez que Michael atracó su viejo catamarán en el puerto de Lekeitio corría un mes de julio ahogado por la lluvia y sofocado por las altas temperaturas. La expectación que causó en el pueblo su llegada sólo podía ser equiparable a, muchos años atrás, la llegada de un joven y guapo, por aquél entonces, Ramón Mendoza, proporcionando muchas horas de qué hablar cuando se enamoró de Rosario, y pegando uno de los braguetazos más sonados en el pueblo, que le llevaría a ser, muchos años después, el presidente del Real Madrid.

Michael era el prototipo de americano, californiano y buscador de olas. Alto, rubio, con melena peinada nada más que por el viento y el salitre y, pronto, muy pronto, los alrededores de su catamarán se llenaron de jovencitas dispuestas a ayudarle en las tareas cotidianas. Le traían agua, pan y pescado y se ofrecían a enseñarle todos los encantos del pueblo, incluídas ellas mismas. Pero Michael prontó cayó rendido a los encantos de una sola, de Isabel. Isabel era una de esas bellezas inquietantes de ojos verdes y mirada perdida. Solía estar sentada en lo alto de una roca, cual sirena, mirando al horizonte y reflejando el verde de sus ojos en el intenso azul del mar. Quizás por esa mirada distante o por ese halo de indiferencia que la rodeaba, Michael no pudo por menos que enamorarse sin frenos de aquella, aún, adolescente.

Isabel dudó pero terminó correspondiendo ese amor sin tapujos y del todo sincero. Transcurrió el verano entre paseos en catamarán, chapuzones en la playa y horas de sexo robadas al atardecer, sobre la arena y junto al faro. Hablaban poco. Él apenas hablaba castellano, ella apenas hablaba inglés. Su lenguaje era casi animal y se consumían el uno al otro en días casi eternos, llenos de horas y noches.
Llegó septiembre y el día de gansos. Michael decidió no irse nunca, vivir allí para siempre. Estaba fascinado, hechizado. Si alguien le hubiera hablado en su América de esa afición de arrancar el cuello a un inocente ganso se hubiera estremecido. Pero allí, embriagado de ese verano y de los ojos de Isabel todo era maravilloso.

Partió en su catamarán una mañana, con la promesa de atar unos cabos y volver, para siempre. Michael tardó cuatro meses en volver. Era un frío mes de enero cuando se divisó desde el Calvario su, ahora más, viejo catamarán. Se le recibió como se reciben a los pesqueros cuando vuelven por fiestas. Como si fuera familia. En enero el pueblo se reduce a muy poca gente y allí estaban todos. Todos menos Isabel. Preguntó por ella, pero nadie sabía mucho. Poca cosa. En realidad ella no era del pueblo, era veraneante. Pero no de las habituales. Nunca supimos mucho de ella. Era el primer verano que aparecía por aquí. Tenía acento de Donosti, igual vive allí.
A los pocos días Michael puso a la venta los vinilos traídos desde su casa, en América, en la cubierta de su catamarán. Discos, libros, postales y recuerdos formaban un curioso mercadillo. De esa manera cayó en manos de mi padre un disco de un jovencísimo y desconocido Willy Deville, que aún hoy anda por casa. Michael buscó trabajo en el puerto y lo encontró. Hoy sigue allí. Su melena rubia de antaño ahora es blanca. Su cara surcada de arrugas, del sol y de la mar, le dan un aspecto de náufrago romántico. Su acento marcado y sus ojos azules, tristes desde aquél verano, le vuelven tierno.
Nunca se volvió a marchar. Nunca la volvió a ver. Isabel se convirtió en sombra de un recuerdo y, en ocasiones, en esa duda lacerante de si realmente esa mujer llegó a existir.

miércoles, enero 20, 2010

Mayo...


Déjame mirarte a los ojos.
Quiero saber cómo estás.
(Rainer W. Fassbinder)

Mira, ha entrado mayo,
Ha extendido su párpado azul sobre el puerto.
Ven, hace tiempo que no sé de ti,
Se te ve tembloroso, como esos gatitos que ahogamos siendo niños.
Ven, y hablaremos de las cosas de siempre,
Del valor que tiene ser amable,
De la necesidad de arreglárselas con las dudas,
De cómo llenar los huecos que tenemos dentro.
Ven, siente en tu rostro la mañana,
Cuando estamos tristes, todo nos parece oscuro;
Cuando estamos fuertes, el mundo se desmigaja.
Cada uno de nosotros guarda algo desconocido de las vidas ajenas,
Sea un secreto, un error o un gesto.
Ven y pondremos verdes a los vencedores,
Saltaremos desde el puente riéndonos de nosotros mismos.
Contemplaremos en silencio las grúas del puerto,
Porque estar juntos en silencio es
La mejor prueba de la amistad.
Vente conmigo, quiero cambiar de país,
Dejar este cuerpo mío a un lado
Y meterme contigo en una concha,
Con nuestra pequeñez, como los bígaros.
Ven, te espero,
Continuaremos la historia interrumpida hace un año,
Como si no tuvieran un círculo más
los abedules blancos de la rivera.
Kirmen Uribe


Cuando Patxi López eligió este poema para leerlo en su acto de investidura me sorprendió. Kirmen lleva años haciendo navegar sus versos, primero desde la orilla del puerto de Ondárroa y después desde la orilla del Hudson, en Manhattan. Pero fue en el New Yorker donde primero publicaron este poema, en inglés. Ahora ya ha llegado su reconocimiento, ha publicado su primera novela y Kirmen Uribe tiene un sitio en la narrativa actual. Pero se lo ha ganado a pulso. Han sido años de ser poeta, de madurar versos a la sombra de las escasas higueras que quedan en este país.

Años pisando salas de bibliotecas leyendo poemas, ante un escaso público, en las semanas de la poesía que organizan los Ayuntamientos y que, curiosamente, no duran más de tres días.

Espero que no se deje embriagar por los efluvios de esa popularidad que le ha traído una novela y nos deje huérfanos de esa poesía que nos alimentó, a algunos pocos, durante estos años.


lunes, enero 18, 2010

Y si fuera cierto...?

"Espero curarme de ti en unos días.
Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte.
Es posible. Siguiendo las prescripciones de la moral en turno.
Me receto tiempo, abstinencia, soledad"
(Jaime Sabines)
La semana pasada tuve que acercarme a una Administración Pública para tramitar un papeleo. Siempre me entran sudores cuando tengo que hacerlo. Cogí mi número como si se tratara de la pescadería y me senté a esperar. Me fijé en ella casi de inmediato. Su cara se me hacía tan conocida que no podía apartar la vista. Su pelo rizado, su cara redonda, su mirada triste. Todo en ella me resultaba familiar, pero no era capaz de ubicarla. Estaba tan ensimismada intentando recordar que cuando me quise dar cuenta ya me tocaba el turno y, casualmente, en su mesa. Al sentarme y mirarla de cerca, caí inmediatamente. Ella se levantó sonriendo y me plantó dos sonoros besos en las mejillas. Cuánto tiempo!. Habíamos estudiado muchos años juntas pero hacía más años que no nos veíamos. Nunca más habíamos vuelto a coincidir en todo este tiempo. Pues, aunque nuestra relación siempre fue cordial, nunca llegamos a intimar lo suficiente.
Hablamos deprisa, atropelladamente. Ella me tramitó el papel que necesitaba para la próxima declaración de Hacienda y me pidió que la esparara unos minutos para salir a la calle a tomar un café.
Fuimos a la cafetería que está al lado, junto a la estación de autobuses. Nos sentamos en una mesa, junto a la ventana, y pedimos café. Las dos hablábamos muy deprisa, nos contamos muchos años en pocos minutos, casi hablando a la vez. El café se enfriaba en la mesa. Hablamos de estudios, trabajos, amigos, gente conocida, vecinos e incluso de aquél chico que a todas nos marcó tanto.
Hubo un silencio. Aproveché para tomar un sorbo de mi café y ella se puso seria. Me preguntó si recordaba a su novio del instituto. Claro!. Me contó que años después, muchos años después seguían juntos. Estaban preparando su boda, hace dos años, cuando a él le detuvieron. Le acusaban de violación de una menor, en el parque que hay junto a la casa de ella. Me lo contó llorando, superada y nerviosa. No supe reaccionar. Recordaba a un chico tímido, callado, muy educado y que, todos los días, la esperaba para acompañarla a casa tras las clases. Recordaba a aquél muchacho que en todas las fiestas permanecía sentado con su Coca-Cola en la mano.
Ella seguía hablando, me contó que suspendieron la boda, que sigue en la cárcel, que le declararon culpable y que había un testigo. Me contó que era imposible creer esa historia, que él siempre había sido maravilloso con ella en todos esos años y que no podía ser cierto. Ella le visita en la cárcel pero va espaciando las visitas. Le duele, le pesa, le agota la situación. Me habló de las explicaciones que tuvo que dar, de las miradas, de las vecinas, de ese parque que tenía que atravesar cada día hasta que decidió mudarse.
La abracé. Le di mi teléfono y un beso muy fuerte. La acompañé de vuelta a su trabajo y la volví a abrazar. Le dije que confiara en ella, no en él ni en la gente. En ella.
Y si fuera cierto...? me dijo....


jueves, diciembre 10, 2009

Los chinos son geniales...


Antes de que abriera sus puertas el Mao, en Bilbao era imposible comer un buen sushi. Vino precedido por la calidad de su hermano mayor, el Asia Chic, un restaurante que cuando aterrizó en la calle Ledesma supuso un auténtico caos en cuanto a listas de espera, algo hasta entonces desconocido en el Botxo. Cenar en él supuso un auténtico reto y se llegó a convertir en una verdadera carrera de obstáculos, nunca se reservaba con demasiada antelación o no se acertaba con el día y menos con la mesa. Creo que fue el primer restaurante en Bilbao que causó esa sensación tan neoyorkina de querer estar en una lista de espera y poder cenar por fin en un lugar del que todos hablaban. Luego ya llegarían el Kíkara, Sua, A Table, Mina, etc...
Yo creo que me hice fanática del sushi y del sashimi antes de probarlo, leyendo a Mishima, Murakami y Amélie Nothomb. Pero cuando lo probé tuve la mala suerte de que me encantó. Es mala suerte porque no es fácil encontrar un buen lugar para comerlo. El Mao es un sitio aceptable, pero nada más. Un sitio dónde poder satisfacer el gusanillo del sushi pero aún no tenemos un sitio de categoría dónde poder desgustar un buen sashimi servido sobre hielo picado como en el Zuma de Londres o el Kabuki en Madrid, verdaderos templos asiáticos.
En Bilbao, los restaurantes asiáticos los llevan los chinos, al igual que los restaurantes chinos y algún que otro restaurante de pintxos. Los chinos se están haciendo, poco a poco, con el mercado gastronómico de la city. Si algo se puede destacar de la comunidad china es su profesionalidad. Hasta en sus horas más bajas son auténticos profesionales y no desfallecen.
Este viernes pasado, celebramos una cena de chicas en el Mao. La reserva estaba hecha desde hacía un mes, previendo la víspera de puente, pero aún así nos sorprendió encontrarnos el local a reventar de gente y una gran fila de gente que salía hacia el exterior del local de la calle Íbañez de Bilbao. Cuando conseguimos meter la cabeza por esa estrecha puerta vimos a una eficiente chica que gestionaba, amablemente, teléfono, ordenador, libro de reservas, tarjetas de crédito, cambios, propinas y atención personal. Todo ello sin mover una pestaña, con una sonrisa y sin levantar el tono de voz en ningún momento. En cinco minutos nos acomodaron en nuestra mesa.
Los chinos son geniales!
Al poco llegaron nuestras cervezas Saporo y el sushi moriawase acompañado de jengibre, wasabi y salsa de soja. California sushi, nigiri sushi y maki sushi. Adoro el wasabi, me encanta esa sensación de quemazón de garganta y dar un buen trago de cerveza japonesa. El menú lo completamos con tempura de langostinos, tallarines tepanyaki y se-chuan (no sé cómo se escribe!) de buey. De postre sorbete de fresa y té verde.
Después la noche de Bilbao, que ya apenas la reconozco...

miércoles, diciembre 02, 2009

Soldadito marinero...


"Escogiste a la más guapa y a la menos buena
Sin saber cómo ha venido te ha cogido la tormenta"
(Soldadito marinero. Fito & Fitipaldis)

Siempre que puedo voy a verle, este 21 de diciembre en el BEC, al igual que hace dos años. Este poeta urbano, pequeño, con nariz prominente y demasiado bajito para ser de Bilbao es capaz de convertirse en un gigante con sus letras mundanas. Su txapela característica y sus patillas son el sello de su imagen, que aunque en ocasiones parezca descuidada transmite mucha personalidad. Antes le veía mucho por Madrid, cuando iba. No sé si es porque los de Bilbao vamos a los mismos sitios en una gran ciudad o era casualidad. Pero le solía ver paseando de la mano con su niño por Fuencarral. Aunque también me encontré con Patxi, un viejo compañero de deporte, en medio de la Puerta del Sol, en un puente de diciembre. Así que puede ser cierto lo de que los de Bilbao tenemos imán para encontrarnos.
Ahora, a Fito, le suelo ver subido en un escenario, en un concierto abarrotado de gente o comiendo en ese viejo restaurante de Atxuri que tanto nos gusta, comiendo besugo al horno. Poeta y sibarita...

martes, diciembre 01, 2009

Comienza diciembre...



Hoy me despertó el olor humeante del café y alguna risa ahogada en el pasillo. Hoy me despertaron con besos divertidos y en tono de guasa. Encima de la cama apareció una caja enorme envuelta en papel de regalo dorado y con un lazo de raso negro. En la cocina, un brioche de la Pastelería Suiza y a su lado un bono de fin de semana para tres. Hoy me tiraron de las orejas, también.
Es mi cumpleaños...

jueves, noviembre 26, 2009

Una de lluvia y pintxo...



Desde que vivimos aquí, en este lugar donde la ría dobla la esquina, busco cualquier disculpa para acercarme al Botxo.
Ahora, con el deber de vigilar la casa de mi amiga, se me ha presentado en bandeja la visita cada dos días a mi querido Casco Viejo, a ese lugar del que tanto me costó salir y con el que sueño, casi cada noche, con volver.
Ayer a la tarde nos sorprendió la lluvia, a J. y a mí, saliendo del ático de la calle del Víctor y después de acercarnos a saludar en la perfumería de enfrente se me ocurrió ir al Berton. J., ese ángel, de alas color rosa, que me persigue (o a la que yo persigo) desde hace dieciséis meses ya había merendado, pero la tarde era perfecta para uno de esos zuritos rematados con cerveza negra tan personales del Berton. No para J., que aún no bebe, sino para mí.
La última vez que estuve, hace dos semanas, era domingo, así que ayer me sorprendió ver el local casi vacío, excepto por dos parejas. De los camareros habituales no había ninguno. No estaba el moreno alto tan simpático, ni el moreno alto menos simpático pero más servicial. Ni el moreno delgadito. No había ningún moreno, en definitiva. Una camarera con cara de cansada se acercó para preguntarme qué quería con un airado gesto de cabeza, pero sin mediar palabra. Ni un buenas tardes siquiera. Eso sí, era morena. Pedí un zurito y un pintxo. Se oyó desde mi extremo de la barra el grito de un pintxo de foie!. Así que la camarera no era muda. Desde la cocina asomó una cabeza con gorro blanco. El cocinero. Asiático. Nunca he sabido diferenciar a los autóctonos de esa parte de Asia. Llegó el pintxo y le pasé a J. un trocito de pan. Ella está, en estos momentos, en esa fase en la que el pan es lo mejor del mundo, aunque ya apunta maneras de sibarita. El foie era la mitad de tamaño que hace unos meses y la manzana estaba como hecha a desgana, con prisa. Un toquecito de mermelada de frambuesa, apenas perceptible.

Qué ha pasado con el Berton? Por qué todo lo que es bueno acaba convirtiéndose en mediocre?
Pasamos por la tahona de Jardines a comprar un pan de pasas y nueces, que a pesar de los años, siguen haciendo igual. A veces me asusta que me cambien las cosas, las que yo considero mis cosas.
Creo que me estoy haciendo mayor.....

martes, noviembre 24, 2009

Una despedida temporal...


"Quizá estar vivo sea esto: perseguir instantes que mueren"
(Muriel Barbery)

Sentí el tintineo de las llaves al caer a mi bolsillo mientras nos besábamos. Aspiré con fuerza su perfume, ese aroma tan de ella durante estos últimos años y empecé a notar ya esa sensación de pérdida, de abandono. Ese vacío en el estómago y el vértigo de notar ya su ausencia. Siempre hay cuatro grados menos de temperatura al otro lado del control de pasaportes de un aeropuerto. Siempre hace más frío para el que despide que para el despedido.
Me quedé allí, esperando, en ese espacio gris en el que sólo hay prisas o alegría para el que se va y tristeza para el que se queda. Metí la mano en el bolsillo y toqué las llaves, las llaves de su casa, en la calle del Víctor. Ese ático reformado con tanta ilusión hace apenas dos años, con el propósito de ser un nido en el que cobijar una familia y un futuro.
No estarás huyendo? le había preguntado de camino al aeropuerto. Me asusta pensar que ha tomado el camino fácil, poner tierra de por medio, alejarse del problema y cerrar los ojos.
Me giré para marcharme ya, no la veía desde hace un rato y supuse que estaría esperando en la puerta de embarque. Sonó mi nombre amplificado por el eco y me giré: No estoy huyendo, sólo busco tiempo. Recuerdo esas palabras ahora, tres días después, y ahora sí las entiendo. Pasaré por la casa de la calle del Víctor a regar sus plantas y a recoger el correo, mientras ella persigue instantes, esperando encontrar tiempo.
Ojalá lo encuentre pronto...

martes, julio 28, 2009

A sus pies, a sus órdenes, Boss...


Estaba previsto que comenzara a las 21:30 pero ya casi se demoraba en media hora y Bruce estaba fuera del escenario sacando fotos al público, a ese público ilusionado y expectante que llenaba por completo el aforo de la Catedral. Treinta y seis mil personas. Un ambiente tranquilo, alegre. Sabíamos que iba a merecer la pena y que él siempre comienza tarde sus conciertos. Le gusta caldear el ambiente.

Diez de la noche, se apagan las luces. Aparece de repente y sin previo aviso Nils Lofgren con su acordeón tocando “Desde Santurce a Bilbao”, ya nos habían ganado. Ya estábamos completamente entregados y sale Bruce al escenario junto con el resto de la E Street Band. Todos vistiendo de negro. "Kaixo Bilbao, hemen nago eta pozik" (Hola Bilbao, aquí estamos y estoy feliz). Aplausos, carne de gallina, emoción. Se me llenaron los ojos de lágrimas, me emocionó mucho el verle, tenerle delante, su fuerza, esa vitalidad que sale arrolladora y te empuja removiendo el estómago y las mismas tripas. The ties that bind fue su primera canción, y nos unimos con esos lazos a él. Éramos dos, el público y él con su maravillosa banda.
Fueron tres horas de rock, de canciones cantadas con una fuerza que por momentos pensaba que el arco de San Mamés iba a caer encima nuestro. Dos pantallas gigantes a los lados del escenario permitían ver al Boss de cerca, las gotas de sudor que corrían por su frente, las arrugas de esos espléndidos 59 tacos y esa figura que mantiene igual que a los 20, aunque con la cintura más ancha. Una pantalla detrás del escenario con imágenes de su nuevo disco, del concierto, de su banda, de nosotros, de él. Nos emborrachamos de esa voz con aroma de bourbon, adrenalina corriendo por las venas, el corazón latiendo fuerte, con prisa. Borrachos de Born to Run, coreando a pleno pulmón, casi gritando, creo que los 36 mil a la vez, y creo que hasta acompasados. Carteles con títulos de canciones bailando con ritmo, pulseras rosas en las muñecas que confirmaban que había derecho de estar ahí, al lado del Boss, que merece la pena hacer las colas que haga falta pues las esperas son merecidas, el calor sofocante y cualquier otra penuria con tal de estar a su lado y de tocarle. Fueron tres horas, siempre da más de lo que recibe. Es tremendamente generoso. Cada euro que pagas por una entrada, él te lo devuelve con creces. El domingo en la Catedral fue mágico, alguien lo describió como apoteósico. Puede ser, pero ese tío mueve mareas con su voz y su fuerza y hace que 36 mil personas, la mayoría de Bilbao y muchos del mismo centro de Bilbao, coreen Santa Claus is coming to town en pleno mes de julio y en un día en que las máximas rozaron los cuarenta grados. Y, además, nos dejemos invadir por el espíritu navideño. Además. La despedida fue dolorosa porque una vez que entras en esa vorágine de fuerza arrolladora quieres más, a pesar de estar exhausto, a pesar de oirle a Bruce decir “No más, no más”.

Pasada ya la una de la madrugada desalojamos la Catedral. Salí todavía emocionada y feliz de asistir a esa noche tan mágica, con un nudo en el estómago, en la cabeza retumbando los acordes irlandeses de The promised land y hasta con las bragas flojas. Aún hoy suena en mi cabeza, como ayer al despertarme, su música, su fuego. Entiendo como nunca porque le llaman The Boss, y puedo decir ahora, casi dos días después de estar allí, que nunca lo olvidaré. Dentro de unos años me volveré a emocionar al recordar que yo estuve allí….

lunes, junio 22, 2009

Primer domingo de verano...

Despertó el día con un sol espléndido, aún con esa bruma cargada de sal y nubes blancas de algodón. Los rayos de sol inundaban la blanca cocina mientras desayunábamos juntos, esa pequeña alegría que sólo ocurre dos veces a la semana.
Después comenzó la actividad, el frenesí. Habíamos pasado el sábado entero con las compras, los preparativos y esa ilusión de empezar las fiestas de San Juan con una comida en casa. A las once empezó a llegar la gente, con alegría y cargados con sillas, botellas y helados. La terraza se llenó de voces, de risas, de sonrisas lanzadas al aire, de pechos hinchados llenándose del aroma de las flores de magnolio que perfuma desde hace días el salón.
El mantel lo pusieron los hombres, al igual que la mesa. Las mujeres charlábamos atropelladamente, sobre el moreno del anuncio de Schweppes, el que sale con Nicole. Sobre los niños o, bien bajito, sobre nuestras parejas.
Me gusta recibir en casa, me gusta esa sensación de poco espacio, de bullicio, de encuentros en la cocina, de baños ocupados, de risas en el pasillo y de charlas junto al fregadero.
La paella hecha con tanto mimo, con tantas manos y con tanta vigilancia, que al final quedó salada.
El helado medio derretido porque no entraba en el congelador.
El vino fresquito, blanco, ansioso. Las cafeteras rebosantes, el tintineo de los hielos, los bombones con alma de cacao y esa planta bananera, disfrazada de regalo, que tanto tiempo llevaba buscando.
La tertulia hasta el atardecer, con una merienda improvisada con sobras y un poco de imaginación.
El sonido de la música del concierto, allí, tras la colina, dónde se posa el sol.
Embriagados de luz, de sol, de azahar y de jazmín dimos la bienvenida al verano.

miércoles, mayo 27, 2009

Rompemos relaciones...

"Para qué sirven los versos si no es para esa
noche
en que un
puñal amargo nos averigua, para ese
día,
para ese crepúsculo, para
ese rincón roto

donde el golpeado corazón del hombre se dispone a
morir?"

(Neruda)

Tu sangre, y no la del toro, atrae a multitudes. Tachado de loco suicida por muchos. Encumbrado por la crítica. El verdadero toreo, la grandeza del arte de matar. La valentía, el arrojo. No hay miedo. No hay dolor. El morbo de ver si en una de esas corridas a vida o muerte, es el toro el invencible. Si es la espada la que entra en tu pecho o si el asta mata al toro. Sangre.
Pero no hay nada tan prosaico, tan eterno, tan grande ni tan noble....

«Bilbao no debe de tratar ni con chamarileros, ni con vendedores de feria. Vista Alegre es una plaza de toros seria. Desde que iniciamos las negociaciones en noviembre hasta el pasado fin de semana ha llovido mucho. Es tiempo más que suficiente para cansarse. Todo han sido exigencias y condicionantes por parte del matador: los toros, los toreros que completarían el paseíllo, las fechas, los honorarios, la televisión. En cualquier otro sitio le hubieran mandado a hacer puñetas rápidamente. Para nosotros, su contratación era vital pero, insisto, las diferencias económicas han sido insalvables». (Luis Díaz de Lezana, presidente de la Comisión Taurina de Vista Alegre)

jueves, mayo 21, 2009

Primero la verdad que la paz...


“¡Oh mi Bilbao, mi Bilbao,
mi dulce pasado!, ¿no eres
tú acaso toda la eternidad de mi
porvenir?"
(Unamuno)
Al Rectorado, en la calle Libreros, se llega una vez encontrada la famosa y sospechosa rana en la fachada de la Universidad. Hay un timbre, que sólo se puede tocar cinco minutos antes de cada fracción de media hora. Se abre el enorme portón de madera y una señora, que bien podría ser la tía Tula, explica muy bajito las normas y las instrucciones. El portón se cierra de nuevo y reabre exactamente a y treinta o a en punto. Fuimos afortunados o madrugadores y la visita la hicimos sólo nosotros, con la tía Tula. Me quedaba pendiente ver su casa, la casa dónde vivió y, aunque murió en otra, dónde están sus cosas, sus pertenencias, sus libros, su cama de hierro. Aquella vieja maleta con la que un día salió de Bilbao a Madrid, para estudiar. Su toga de rector, su baraja de cartas. Sus pajaritas de papiroflexia. Su alma.
Tula, que la imagino también soltera, hablaba con devoción, admiración, vocación y emoción de él. Recitaba los nombres de sus nueve hijos, de su amada esposa. Esperaba paciente y callada a que avanzáramos en aquél lugar en el que hubiéramos pasado una semana si nos hubiesen dejado.
Su biblioteca con los libros que leía, en catorce idiomas, y los que le habían dedicado sus amigos. Primeras ediciones. Libros salvados tantas veces que se notaba, aún a través del cristal, el dolor en sus páginas amarillas. Fotografías de Él, de su familia, de Bilbao, del Cántabrico. Cómo no tener morriña en aquél pasillo, sobre esas escaleras o a través de esas ventanas.
Se me llenaban los ojos de lágrimas al oir a Tula. Esa pasión camuflada de profesionalidad la delataba a cada paso por aquella casa. No sé si fue fruto de nuestras confidencias sobre que antes vivíamos junto a la calle Ronda, dónde él nació, y sobre nuestros paseos por El Paseo de los Caños lleno de tilos. O fue fruto del tremendo poder que ejerce sobre los adultos nuestra tercer miembro de la familia, pero Tula nos enseñó la zona no incluída en la visita. La zona cerrada a los visitantes, que es dónde los estudiosos de Unamuno trabajan cada día. Menos personal e íntima que el Rectorado, era en su momento la verdadera casa, la que cobijaba la cocina, las habitaciones de los hijos. Ahora eran oficinas, con fotocopiadoras, libros, carpetas y mesas.
Nos despedimos de Tula, la media hora había pasado. Es amable. Quizás volvamos.
Al salir de la casa, un fogonazo de ese color ocre que tiene la piedra en Salamanca. Esa piedra que recuerda a Florencia o Siena, que hace parpadear y que, irremediablemente, hace añorar el mar...

martes, abril 21, 2009

Asador Ripa...



El Ripa, en el muelle de Ripa, es uno de esos sitios míticos del Botxo. Uno de esos lugares a los que volver cuando se busca un respiro de las espumas, los risottos y los platos deconstruidos. Junto con El Kerren, otro asador mítico, creo que es de esos pocos restaurantes en los que el recuerdo no supera al presente.

Decorado de manera humilde, de estilo marinero, sigue conservando ese sabor de la vieja villa, cuando aún no era cosmopolita ni había turistas. Una mesa con mantel de cuadros, paredes de madera y una carta de dos hojas nada más, con el "fuera de carta" cantado por la voz de la camarera. Un lugar sin maitre. Sin sumiller.

Sota, caballo y rey.

Gambas de huelva, besugo y txuletón. A la brasa. Todo ello regado con un Dominio de Valdepusa Syrah 2002 del Marqués de Griñón, al que le tuvieron que quitar el polvo a la botella.
De postre suflé de chocolate e Idiázabal con membrillo.

Afortunadamente, aún no aparece en las guías y tan sólo había dos mesas más ocupadas.
Cien por cien recomendable. Cien por cien genuino y auténtico.

miércoles, abril 08, 2009

Maldita primavera...



Sucede que me pierdo en las estaciones.

Me pierdo en esa hora que lleva prisa, robada a traición durante el amanecer, y que hace volver locos a los relojes.

Me pierdo en los espejos empañados, en el óxido de las espadas y en ese color morado, casi negro, de los tulipanes.

Sucede que me marea el intenso olor del azahar y de las flores de almendro.

Tengo vértigo de esas nubes que corren en un cielo engañoso, y flaqueo delante de la hierba recién cortada en los parques.

La primavera me mata.

Me agota esta astenia primaveral, a la que antes, de jovencita, le llamaban “amor” y no recetaban vitaminas…

miércoles, marzo 18, 2009

Feliz día...

Tengo el recuerdo borroso de unas zapatillas de cuadros entre nebulosas de humo de Ducados.
Unas poesías rimadas sin prisa, en las tardes, cuando caían los versos sobre los tomates del huerto.
Sus dibujos a carboncillo.
El estanque que un día lo llenó de nenúfares y más tarde de ranas.
Los pastelillos que hacía mi madre para desayunar con chocolate caliente.
Las carolinas del mediodía, en la bandeja de pasteles.
Tengo el recuerdo de sus ojos verdes enmarcados en aquél mar de pestañas que los cobijaba.
Su voz que aún, cerrando los ojos por las noches, la oigo.
Feliz día.
Feliz día para todos los padres, en especial para el que vuelvo a tener en casa, aunque no sea el mío.

lunes, marzo 16, 2009

Aire libre...


Si, como dice el bolero, veinte años no es nada, qué o cuánto son treinta años?. Hoy, a las siete y media de la tarde en la biblioteca de Bidebarrieta. Treinta años de su muerte. Me hubiera gustado conocerle, pasear con él y mirar escaparates juntos. Vendrá alguien detrás de estas palabras a decir que fue un triste. Pero acaso no hay que ser triste e incluso un poco moñas para escribir poemas que derritan el alma?, acaso no hay que irse a Madrid, en ocasiones, para llorar Bilbao?. No se quedaba pequeño el vate, Neruda, cuando escribía sobre Chile o sobre Matilde?. Pues eso...
Un brindis por Blas, que sonreía de lejos a los árboles y escupía sobre los curas...
Si algo me gusta, es vivir.
Ver mi cuerpo en la calle,
hablar contigo como un camarada,
mirar escaparates
y, sobre todo, sonreír de lejos
a los árboles...
También me gustan los camiones grises
y muchísimo más los elefantes.
Besar tus pechos,
echarme en tu regazo y despeinarte,
tragar agua de mar como cerveza
amarga, espumeante.
Todo lo que sea salir
de casa, estornudar de tarde en tarde,
escupir contra el cielo de los tundras
y las medallas de los similares,
salir
de esta espaciosa y triste cárcel,
aligerar los ríos y los soles,
salir, salir al aire libre, al aire.
(Aire libre, Blas de Otero)

jueves, marzo 12, 2009

Blanco...


Era el maestro de mi maestro, en realidad. No daba clases a alumnos nuevos, salvo excepciones. Durante un verano yo fui una de esas excepciones. Su casa, en Colón de Larreátegui, tenía un aire muy francés. El salón de atmósfera pesada y absorbente, las flores naturales, la ventana abierta al ruido de la calle. La sala de armas, clásica, enmoquetada. Con chimenea, espejos y armero. Un pequeño aseo, con ducha, hacía las veces de vestidor. Sus normas, estrictas. Chaquetilla blanca impoluta y guante limpio. Corregíamos posturas, día tras día. Espalda, brazo y piernas. La guardia como principio, como base. Muy clásica. Muy francesa. Muy baja de piernas. Muy alta de brazo. La técnica venía después, según él. Golpe recto, uno, dos. Fondo. Marchar y romper continuamente, hasta la extenuación. Hasta la perfección. Tenía la sensación de encontrarme en clases de baile, en lugar de con un arma en la mano. En ocasiones, el maestro, organizaba combates entre alumnos. Sólo daba las órdenes: en garde, pré, alé, alto, adelante. Pero nunca arbitraba. Código de honor, nada más. A la vieja usanza, como los verdaderos duelistas. Después de salir de allí solía ir al club. Mantenía las posturas clásicas y mi maestro sonreía, orgulloso. Los combates arbitrados y enchufados. La luz roja o verde marcaba el tocado, sin dejar lugar al honor, a declararse tocado o touché. Los arrestos que aplaudía mi maestro eran continuamente corregidos por el suyo. Demasiado moderno, solía decirme.
Hace poco me enteré de su muerte.
Le lloré. Siempre fue especial.